"...entonces, díganme algo básico putetes, para saber si entienden el poder de la palabra... ¿en qué mejor filo se podrían sentar a descansar si no es entre mis dientes?..." Como si se lo hubiera pedido. El chasquido. Le tiró la dentadura de un solo silvido. Lo acababa de conocer y ya la fustigaba, palabra por palabra, hasta que la velocidad precisa del fuete cortó el hartazgo de la elocuencia. ¡A callar perro mendigo! Dos semanas después la encontrarían colgada del látigo en su propia regadera: a la patrona, la capataz más bandida, han ahorcado con su propia arma maldita. Lo acababa de conocer, confirmo, cuando mal escuchó, para mayor coraje, que le decían el poeta impreciso . En realidad, nunca supo con quien se había metido.