Somos autodestructivos: el caos extravió su órden
La
herramienta básica de la Segunda Ley de la Termodinámica siempre me pareció un
guiño útil para explicar, también, la parte humana del mundo: entropía: la
expansión permanente hacia la ocupación de los mayores espacios posibles; hacia
el desorden.
Desde
luego que uno le pone un escrupuloso freno a la tentación de caer en las
exageraciones, en las explicaciones automáticas y lineales y, por lo tanto, en
el simplismo mental. Pero luego, la realidad se encarga de ser la empírica confirmación
de la regla. El caos.
El
caos con un cierto orden, como se ha tratado de explicar desde la Física (con
la Teoría del Caos) y desde las diferentes disciplinas del conocimiento
(incluida la Biología). Cómo no traer a cuento esa extraordinaria película
de Darren Aronofsky que mientras más la ve uno más le encuentra sentido al
flujo de nuestra tendencia autodestructiva: Pi,
el Orden del Caos.
De
manera más simple y rápida lo explica el historiador David Christian en una presentación
de 18 minutos, con la interesante propuesta de llevar el conocimiento
científico hacia los jóvenes ubicando su propio contexto en la Historia Larga
de la humanidad o la “Gran Historia” (desde los
orígenes del universo) para generar sus reacciones y prevenciones. Christian
reconoce, sin comprometerse demasiado en el tema, que la entropía, esa
expansión que sucede con un cierto ritmo de pulsaciones (que llama umbrales de complejidad, determinantes
de los momentos clave de los cambios), han entrado en una etapa de rápida
dislocación amenazando la propia existencia humana.
La
razón: la misma acción humana. El excesivo desorden en su relación con el medio
que le da sustento y soporte. Su abusiva confrontación con el resto de la
naturaleza. En un lapso de tiempo muy corto, que abarcaría algo así como medio
siglo, el entramado se sale de control con riesgo de destruir los equilibrios.
El
concepto que engloba esta relación defectuosa es el de Cambio Climático. No es algo nuevo en sí mismo, dado que el
clima ha cambiado a lo largo de la existencia del planeta, incluso para dar origen
a la vida misma. El cambio del que se habla ahora implicaría un incremento
general de la temperatura promedio que pone a esta en riesgo de subsistir tal
como la conocemos ahora.
Infinidad
de voces y voluntades se han enderezado con el objetivo de ponerle fin y
revertir el proceso de calentamiento general del globo terráqueo. Se dice que
pudiera ser el mayor
de los problemas que debe enfrentar la humanidad en la actualidad. Pero no
todos aceptan en hecho como real (a pesar de las evidencias). Mencioné antes la
prevención y las advertencias reiteradas hechas por algunos galardonados con el
Premio Nobel.
Hay
muchas más voces con autoridad: apenas hace
unos días más de 15 mil científicos emitieron una alerta
a la Humanidad en el orden de advertencia sobre los daños causados por el
Cambio Climático. Es la segunda en su género, en una edición multiplicada de
participantes, después de que en 1992 algo más de 1700 investigadores hicieron
lo propio como parte de la Unión de
Científicos Preocupados.
Si
tan solo se hubieran tomado un poco más en serio planteamientos como los del
francés Maurice Pasquelot (como un ejemplo para referir un texto que pudimos
conocer como estudiantes y en español a mediados de los años setentas) en su
libro La
Tierra Intoxicada. Una advertencia dramática que en su momento parecía
fantasiosa, enfocada en Francia y exagerada en algunos aspectos, excedida en
imaginación y escasa de información en otros, cierto, pero que hoy, a la luz de
la dramática realidad que supera a la fantasía el autor bien puede pensar: “se
los dije”. Hace casi 50 años, ante las primeras señales del fenómeno, lo vio
venir y lo advirtió públicamente. Nadie le hizo caso y eso es lo que en este
repaso me interesa recalcar.
Los
Estados Unidos son los principales consumidores de energía y, por tanto, los
principales emisores-aportadores de contaminantes para el Calentamiento Global.
Tan grande como su insistencia de seguir consumiendo combustibles fósiles.
Tiene importancia, entonces, que desde su seno haya surgido un abanderado con
poder de audiencia y convocatoria para dar la batalla por un cambio de
paradigma energético: Al Gore.
De
“La verdad incómoda” en adelante, pasando por el Premio Nobel de la Paz. En
algún momento (por ahí de 2006) llegó a ilusionarse con motivar cambios de
actitud desde los centros de poder de ese país: “la voluntad política es un
elemento renovable” llegó a decir con la expectativa de cambios políticos que
adoptaran su bandera. El paso de Obama pudo alimentar temporalmente esas
esperanzas pero el arribo de Donald Trump es una bofetada que va más allá de
las declaraciones. Entre otras cosas, Gore ha optado por elaborar una segunda
parte audiovisual (La secuela inconveniente) de su diagnóstico que no hace más que ratificar las
tendencias previamente denunciadas: los parámetros y los efectos que acumulan
en torno al calentamiento del planeta, se incrementan. El llamado a detenerlo ahora
es más hacia la sociedad que hacia el poder, incluso para aquellos que no lo
creían: “la voluntad de actuar es en sí misma un elemento renovable”. Asegura
seguir siendo optimista.
Es
conveniente ver los videos para enfocar la dimensión del problema: en los
últimos años el orden del caos entrópico se salió de la órbita. Por donde se le
quiera ver. En contraste, es un hecho que las reacciones humanamente posibles,
para evitarlo primero y resolverlo después, pecan de escases. Son meros
paliativos cargados de declaraciones y reducidos hechos efectivos.
Abanderando
a la ONU, el actor Leonardo DiCaprio realizó su propio escrutinio reflejado en un interesante trabajo audiovisual.
No falta la desesperación en algunos sectores que ven como avanza la discusión junto con el deterioro ambiental sin grandes soluciones, e incluso el catastrofismo. Hay voces calificadas como la de Stephen Hawking que dan al planeta por próximo desahuciado.
La conclusión sigue siendo la misma: el desastre es una amenaza real. Como se le quiera llamar. A pesar de las advertencias basadas en evidencias científicas, estadísticas y gráficas no solamente hay quienes con el poder suficiente se resisten a detenerlo sino que se empeñan en empujar al despeñadero. Les acompaña un alto grado de desinterés social y de distracción publicitaria. Síntoma de autodestrucción y, como dice la definición del diccionario, de estupidez.
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