Los Corta Mechas


Los “Corta Mechas” no eran incendiarios ni explosivos. No eran de esos personajes con tolerancia mínima que estallan en furia a la primer insinuación o por una mala mirada; los de mecha corta pues. No. Estos eran los que, literalmente, les cortaban las mechas a sus víctimas después de hacerles el mal. El acto final de su venganza. Trofeo de la misión. Poder y superioridad.

Otatitlán, Veracruz. Ubicarlo en el mapa. Región en los márgenes sureños del Río Papaloapan. Google Earth. Es 1927, en plena guerra cristera, que por esos rumbos no tuvo tantas repercusiones perniciosas como en el bajío. De todas maneras mezcle el cierre del templo, la destrucción de la imagen de la santa patrona, las frustraciones de un marginado, excluido y rechazado por la sociedad debido a su condición física; agregue los atavismos religiosos, la acción convencida de quien cree tener la  misión divina de alcanzar el bien ejecutando el mal, junto con los conocimientos básicos de la herbolaria pueblerina: obtendrá uno de los crímenes en serie más estrambóticos y surrealistas.

Y como para todo mal tarde o temprano hay un remedio, el de este caso solo podía serlo el “Detective Máximo”: Valente Quintana. Aquel sabueso lanzado a la fama desde 1921 por resolver el asalto al tren de Laredo y posteriormente por esclarecer los detalles del asesinato de Obregón (1928), así como el del activista y dirigente comunista de origen cubano Julio Antonio Mella (1929), entre muchos otros. Dicen que hasta los gringos le habrían dicho el “Sherlock Holmes Mexicano” debido a sus éxitos investigativos.

El autor asegura que el de los “Corta Mechas” fue el mejor de sus casos. Tal vez. El relato novelado, corto, ligero y rápido de leer, describe el agobiante ambiente pueblerino, inundado en la lujuria del chisme, la especulación imaginativa y el pánico, en un excitado momento de la vida nacional.

(El mejor caso de Valente Quintana – los Corta Mechas, Carlos Isla, Fontamara, México, 2004)

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