México ante la necesidad de un Nuevo Orden Mundial

Introducción

México es el país de frontera para el continente americano en una era de incertidumbre, reacomodos y disputas internacionales que apuntan a configurar un Nuevo Orden Mundial.

Hoy esta puesta en cuestión la cosmovisión occidental surgida de la modernidad eurocéntrica del siglo XVI y expandida por el mundo como predominante. Otras visiones y otras culturas, con potencial económico, militar y demográfico, reclaman reconocimiento, aceptación y trato de iguales en el concierto global.

En esta compleja y contradictoria dinámica mundial adquieren relevancia los países de frontera los cuales, por su ubicación geográfica, desarrollo económico, capacidad de interacción diplomática flexible y sólidas raices culturales ancestrales, tienen la posibilidad (y la responsabilidad) de jugar el papel de bisagra entre la cultura occidental cuestionada y las culturas tradicionales-originarias que reclaman el reconocimiento de la composición plural del mundo y, por lo tanto, la conformación de los espacios de decisión mundial de forma más equilibrada para que incluyan a todos de manera multilateral.

Caso único en el mundo por su posición geográfica frente al país más poderoso del planeta, México comparte la condición de país de frontera con India, Turquía y algún pais africano que esté en posibilidades de cumplir con esa función.

Para la estrategia internacional que deberá desarrollar México en el futuro inmediato, lo primero es identificar esa condición de país de frontera y aceptarla. Lo siguiente es actuar en consecuencia.

 

Paradigma roto

El momento contemporáneo de quiebre internacional suele fecharse en 1991 con la desaparición de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría pero, para efectos de los cambios económicos drásticos que nos tienen en la situación actual, el momento de inflección inició en 2001 con el ingreso de China a la Organización Mundial de Comercio (mientras Estados Unidos desbocaba su furia propagandística y militar contra de los países y grupos musulmanes más radicales en represalia por la agresión sufrida el 11/11 de ese año).

Fue entonces que los ideólogos y dirigentes neoliberales, engolosinados con la pretendida unipolaridad de predominio atlantista, supusieron abierto el camino para que China se “occidentalizara”. Milton Friedman diría que era la hora de “…privatizar, privatizar, privatizar…” lo cual, por añadidura, traería la democratización liberal de los chinos. 

Sin embargo, lo que sucedió después hizo añicos al paradigma neoliberal según el cual globalización = privatización = libre mercado = democracia liberal.

China mantuvo su sistema político centralizado, de partido único Comunista y de economía planificada y regulada desde el Estado, a la vez que abrió parcial y progresivamente sus mercados internos, permitió la inversión privada nacional y extranjera, aceptó que era “legítimo enriquecerse”, absorvió y desarrolló nuevas tecnologías, creció económicamente a ritmos inimaginables y se desplegó como el gran surtidor de los mercados económicos globales. Pasó de ser “la fábrica del mundo” al gran mercader y financista internacional.

Así, alejado de todo pronóstico China se mostró como el mayor beneficiado de la apertura de fronteras, de las privatizaciones productivas occidentales, de las transferencias tecnológicas, de la conectvidad mundial, de la liberación de los mercados, esto es, de la globalización.

Con su expansión vino el pánico occidental. Prendió las alarmas la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI – Belt  and Road Initiative) que está cumpliendo diez años desplegada por el planeta, equiparable a la Ruta de la Seda con dimensión comercial, financiera, tecnológica y productiva. Los analistas atlantistas vieron venir no solo la fortaleza económica y comercial sino también un posible contagio por “el mal ejemplo” de los valores chinos frente a los que dan sustento a Occidente.

Donald Trump, desde su presidencia, sería el activista más visible con el estandarte de la contención nacionalista y antiglobalización para detener a China. 

La crisis financiera internacional de 2008 y sus secuelas económicas de largo alcance, así como los cortes de los circuitos comerciales y de las cadenas de suministro y de valor provocados por la pandemia del Covid-19 dieron pie al regreso de la intervención de los Estados liberales en la economía y a las diferentes versiones de la antiglobalización, reglobalización, regionalización, nacionalismos económicos, fragmentaciones, relocalizaciones (nearshoring), acortamiento de cadenas productivas o como se le quiera llamar a esta tendencia predominante de freno comercial global.

Con franqueza centenaria Henry Kissinger habría dicho recientemente (palabras más, palabras menos): “Ya quedó claro que China nunca va a ser Occidente. A pesar de ello se puede convertir en la primera potencia mundial …y eso, no lo queremos”.

El freno a la globalización económica y comercial vino, entonces, por parte de sus principales promotores. No es producto de la racionalidad ni de la conveniencia económica ya que, como lo advierte el propio FMI, afecta a toda la dinámica de crecimiento de la economía mundial. Ha sido una decisión esencialmente geopolítica.

Un freno que tiene como instrumento práctico la imposición de sanciones comerciales, así como la aplicación de restricciones (en flujos de fronteras, permisos, aranceles, licencias, inversiones productivas, transferencias de tecnología, condicionamiento por denominación de origen, etc.).

Con su característica paciencia estratégica China entiende y atiende estas restricciones a la globalización comercial aceptando oficialmente que se ha abierto una Era de Doble Circulación según la cual la globalización continuará inevitable en todo aquello que hace que el mundo moderno funcione, como la conectividad mundial, las comunicaciones y las cadenas de valor de largo alcance pero que estará restringida y en disputa en temas como la transferencia de tecnología, la inversión productiva, el comercio de productos específicos, las cadenas de suministro de corto alcance, la seguridad y la defensa.

Hay una resultante complementaria (tal vez inesperada) de este proceso global / antiglobal: la democracia liberal está en retroceso en el mundo. Los pueblos están desencantados con sus promesas incumplidas. Cada vez es menor el porcentaje de países y de pobladores que viven bajo ese tipo de régimen y notablemente mayor el de aquellos bajo el influjo de regímenes “autocratizantes” que algunos llaman “iliberales”.

El paradigma neoliberal está roto. Globalización si es apertura de fronteras, de mercados y de conectividad, pero no es lo mismo que decir liberalismo económico, privatizaciones ni democracia liberal. Está roto, pero no es lo único. En el fondo lo que está bajo asedio es la cosmovisión occidental, moderna, eurocéntrica y atlantista.

Los voceros atlantistas lo repiten con claridad: está bajo amenaza no solamente el control de los territorios, el poder económico y la influencia geopolítica de Occidente, sino la preeminencia “universal” de los principios y valores que le dan sustento y sentido histórico; esto es, todo el pensamiento estructurado con base en la modernidad europea desde el siglo XVI, el positivismo, el liberalismo británico, los principios de la revolución francesa, la filosofía alemana, el socialismo científico y la “ejemplaridad” norteamericana de la democracia liberal.

¿Significa esto que la economía y el orden mundial pueden funcionar soportados por otros criterios, principios y valores?

Parece que sí.

La forma peculiar en la que China irrumpió en el escenario internacional ha puesto en entredicho las certezas con las que el pensamiento occidental ha explicado el mundo y su historia. Mercado vs Estado, Capitalismo vs Socialismo, Liberalismo vs Comunismo, Derecha vs Izquierda parecen conceptos que no sirven del todo para explicar lo que ahora sucede en el mundo. 

Por ejemplo, ¿cómo catalogamos a la experiencia China de principios de este siglo? ¿Socialismo de mercado o como capitalismo de Estado? Tal vez otros conceptos o categorías sean necesarios. El tema está abierto para la reflexión y el debate…

 

Sur profundo y diverso

La irrupción china es solo la más emblemática y sugerente dentro de una avalancha de cuestionamientos al órden internacional establecido. Para muchos actores regionales y nacionales, los acuerdos, las instituciones y los poderes derivados de la Segunda Guerra Mundial ya no son representativos de la actual relación de fuerzas, ni factores de estabilidad mundial. Hay poderes económicos y militares emergentes que no se sienten incluidos. El Consejo de Seguridad de la ONU está desequilibrado (miembros permanentes: Reino Unido, Estados Unidos, Francia, Rusia, China). Lo mismo el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio y el Fondo Monetario Internacional. El dólar pierde, lenta pero progresivamente, su función como moneda absoluta para el intercambio comercial y financiero mundial. 

El Grupo de los Siete (G7), condensación del Norte Atlantico, se queda corto en capacidad, poder y representatividad para seguir “apropiándose” del mundo (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido). Estados Unidos es el líder por su fortaleza financiera, productiva, tecnológica y militar. Los une la alianza militar (OTAN), los capitales financieros “que nunca duermen”, la protección mutua y, desde luego, los valores y principios occidentales. Llegaron a suponer supremacía incontestable, absoluta y permanente con la desintegración de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría. 

Hoy todo eso está en entredicho.

Ocupan el 15% del territorio planetario y cuentan con sólo el 10% de la población mundial. Su riqueza llegó a representar el 45% del producto mundial hacia 1995, misma que se ha reducido al 30% en este 2023.

En contraparte, han surgido variados agrupamientos regionales y geopolíticos que reclaman reconocimiento multilateral y multipolar. Significativos son los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica). Ocupan el 26% del territorio planetario y albergan al 40% de la población mundial, datos notoriamente superiores al G7. En generación de riqueza, para 1995 estos cinco países apenas representaron el 17% del producto mundial (una tercera parte del G7) pero para este año se calcula que lo estarán superando al reportar el 32%.

Agreguemos un dato demoledor para mostrar el cambio radical que experimenta el sustrato económico del mundo: de acuerdo con el FMI solo entre China e India van a contribuir con el 50.3% del crecimiento económico mundial en este 2023. Si agregamos a paises como Malasia, Tailandia, Bangladesh, Filipinas, Vietnam, Japón e Indonesia, la región de Asia y el Pacífico Oriental estará aportando casi ¡el 70%!

Contrástese con que las Américas (todo el continente) y Europa juntas apenas estarán aportando el 20.8% del crecimiento mundial. 

Así, los reclamos y exigencias, por parte de lo que se ha dado en llamar el Sur Global, para equilibrar la representatividad y los pesos relativos en un nuevo orden mundial, están más que justificados. El Norte Atlántico no representa a todos a pesar de que mantiene una gran fortaleza financiera y militar. No puede mandar ni seguir imponiendo su voluntad sobre los demás. Menos que nunca.

El llamado Sur Global es un concepto geopolítico, no geográfico, que sirve para el contraste, conformado por diferentes cosmovisiones, raices culturales, creencias, valores y ubicaciones geográficas dispersas; historias encontradas y conflictos vigentes entre sí (China vs India, por ejemplo).

Prefiero llamarlo Sur Profundo y Diverso porque, a diferencia del Norte Atlántico que tiene identidad compartida en historia, valores, principios e intereses, es, en realidad, muchos sures.

Tomese en cuanta, además, que, si los países del G7 y los BRICS tienen la mitad de la población del planeta, hay otro 50% que está ahí con sus propias expectativas. La mayoría en sus propios sures.

Por ello la superación de la pretendida unipolaridad occidental atlántica no sera oponiendo “otro polo” encabezado por una potencia como China (o por el binomio China-Rusia como el segundo sugiere) sino con la construcción de un nuevo arreglo multipolar, más complejo y difícil de equilibrar, pero más representativo de las diferentes fortalezas regionales y globales.

No estamos, entonces, ante un mundo de uno ni de dos, sino ante la configuración de “varios mundos” que se van gestando en paralelo, con espacios de interrelación multilateral para la reconstrucción de una nueva globalidad múltiple.

 

Países de frontera

El Norte Atlántico -encabezado por Estados Unidos- no va a entregar la centralidad mundial sin dar la pelea. Todas sus acciones internacionales -económicas, logísticas y militares- las está realizando con ese sentido geopolítico de resistencia. Lo mismo en Ucrania como en Medio Oriente; en las incursiones del Indopacífico como en el respaldo a Taiwan. 

La retracción de la globalización de los mercados y la guerra comercial diseñada para detener la consolidación de China como principal potencia se inscribe en esa estrategia, pero no ha podido contrarrestar un saldo que ha dejado la globalización: la columna vertebral de los flujos comerciales y financieros mundiales se movió del eje Norteamérica-Europa (el Norte Atlántico) a la región del Indopacífico (para algunos focalizado en el Estrecho de Malaca). Es la zona en disputa militar, comercial, diplomática y territorial de mayor calado.

En ese contexto, el aliado que todos quieren es India, el país más poblado del mundo, de cultura ancestral arraigada, con un proceso consistente de crecimiento económico y una estrategia internacional propia, pragmática y multifactorial: lo mismo preside al Grupo de los 20 y se hace sentir como el aliado regional de occidente, como participa en los BRICS y en la Organización de Cooperación de Shanghai en calidad de abanderado del Sur Global. En este momento es el país de frontera por excelencia en la región más sensible y disputada del planeta. La bisagra entre occidente y el Asia más oriental.

La multipolaridad reclamada por el Sur Profundo y Diverso desde una regionalización dispersa obliga a que otros países geoestratégicos deban desempeñar un papel similar de frontera. Con un ritmo desigual y poco consistente, Turquía intenta ser el gozne entre occidente el ámbito de Medio Oriente y musulmán, mientras que es de esperar que algún pais en África haga lo propio hacia una región perfilada como de mayor potencial para el resto del siglo XXI (Sudáfrica forma parte de los BRICS y al mismo han sido invitados Egipto y Etiopía. Veremos si algunos de ellos, por geografía y condición estratégica, puede desempeñar ese papel en el futuro próximo).

Como la geografía importa y especialmente la geoeconomía, en este contexto mundial desafiante los Estados Unidos requieren de una nueva relación con el sur de su propia masa continental: con América Latina. Necesita tenerla activamente de su lado, pero tendría que ser de otra manera, como aliada no subordinada. Algunos atisbos hay, pero es evidente que no encuentra como hacerlo. No renuncia totalmente a sus reflejos de imperio mandón, ni le será sencillo hacer creible su sinceridad para establecer un nuevo trato de respeto entre iguales (en caso de que sucediera) debido a una larga cuenta latina que acumula agravios y recelos.

Sin embargo, para el sur latinoamericano la actual tendencia estratégica hacia la reconfigurarían del mundo es una oportunidad para invertir la relación histórica con el rico y aún poderoso norte americano y obtener ventajas para el desarrollo de sus pueblos.

El sur latinoamericano se tiene que fortalecer y hacerse valer para convertirse en un interlocutor válido y legítimo en la nueva mesa de la multipolaridad en ciernes. El punto de partida es reconocer que el peso específico del subcontinente, en la economía y la geopolítica internacional, es de bajo calibre. Condición que se puede superar diseñando, construyendo y atendiendo los acuerdos y las alianzas continentales y globales viables y pertinentes.

Así como el paradigma neoliberal es intransitable, tampoco los paradigmas dependentistas de la Guerra Fría, las inercias acumuladas y los atavismos ideológicos e históricos muy usuales en la narrativa latinoamericanista son útiles para establecer estos nuevos objetivos. 

Hay que abrirse a la oportunidad que ofrecen las circunstancias y actuar con la practicidad necesaria para obtener resultados que empoderen a los pueblos. La identidad cultural profunda no está en riesgo. Por el contrario, los choque y las simbiosis interculturales que se han experimentado durante casi 250 años demuestran que lo latinoamericano persiste y resiste frente al anglosajón. Y si se apremia un poco, en más de 500 años los trazos del sur profundo precolombino permanecen.

La función acertada y consistente del país de frontera para el continente podrá potenciar este proceso.

 

México, país de frontera continental

El papel de país de frontera en el continente americano le toca representarlo a México. Por razones obvias. La primera es la geográfica: comparte más de 3 mil kilómetros de frontera territorial con el país más poderoso del mundo y, a la vez, el más cuestionado.

La intensidad de lo que sucede a través de esa frontera -humano, comercial e intercultural, legal e ilegal- la convierte en una de las más activas del mundo. Uno de cada seis norteamericano es de orígen latino. De los casi 60 millones de latinos en Estados Unidos el 63% es de orígen mexicano. Para este año se esperan 60 mil millones de dólares en remesas llegadas a México. En total, los países latinoamericanos estarían captando cerca de 140 mil millones de dólares por ese concepto. Los flujos de migración se incrementan.

Cada vez es mayor la integración económica. A partir de los Tratados Comerciales los índices de imbricación entre las economías no han dejado de aumentar hasta hacer de México el principal socio comercial de los Estados Unidos. Llega a niveles de dependencia mexicana en rubros como el energético (gas) y en algunos productos alimentarios básicos (maíz, frijol y trigo, entre otros) pero en conjunto, la balanza comercial agroalimentaria es notablemente favorable a México.

La Inversión Extranjera Directa aumenta y con ella la exportación de manufacturas. La puerta está abierta para captar la relocalización de capitales productivos (nearshoring) tanto en Mexico como en América Latina si se establecen las sinergias y bases logísticas necesarias.

Es la ocasión para que México juegue el papel de bisagra entre el sur y el norte de América, con suficiente flexibilidad y pragmatismo, siempre poniendo por delante el interés regional y el nacional de los mexicanos.

En el corto plazo hay que jugar y explotar a fondo la carta económica de norteamérica con una estrategia mexico-latinoamericana. En el mediano plazo hay que acompañar de cerca y empujar hacia la reconfiguración del orden internacional que demanda el Sur Profundo y Diverso.

Lo permite la posición geoestratégica mexicana al ser el punto de encuentro del eje norte-sur continental, a la vez que puede desplegar con creatividad “los brazos abiertos al mar” este-oeste, hacia los océanos principales. 

Para que la estrategia pueda funcionar se requiere que Mexico sea un socio e interlocutor con credibilidad, confiable pero no subordinado. Tanto para unos como para otros. Tanto para el norte como para el sur.

Confiable en el sentido de que respeta y hace valer los acuerdos que pacta. Creible y respetable en la firmeza de que todo aquello que no entre en los acuerdos establecidos deja abiertas las posibilidades para tomar libres decisiones, de acuerdo a los intereses nacionales y regionales. Sin cartas marcadas ni escondidas.

Para la nueva reconfiguración de los equilibrios mundiales la geopolítica pone su parte, pero queda claro que en esta etapa (y especialmente para América) la geografía importa de manera especial. La experiencia internacional acumulada demuestra que la posición geográfica se debe aprovechar desde la economía y no desde la ideología. 

El punto límite, de contención infranqueable, es mantener la soberanía.

 

Conclusión

Mexico está en una condición especial, única en el mundo, para obtener provecho privilegiado del repliegue regionalista antiglobalizacion de la inversión productiva y del comercio mundial, a la vez que desempeña la función de puente creativo entre el norte y el sur de America para construir una nueva relación continental que beneficie a los pueblos del sur.

Con rectoría del Estado, sin exponer soberanía y manteniendo amplia libertad de maniobra internacional requiere, sin que sea restrictivo, apostar, en esta etapa, al proyecto económico de Norteamérica: captar y activar inversión productiva, incorporar tecnologías, dinamizar sus mercados, abrir los flujos migratorios y empoderar a su pueblo con desarrollo y bienestar. 

El puente continental contribuirá para que América Latina participe como legitimo interlocutor regional en la conformación de una nueva globalidad, de un nuevo orden mundial multilateral más representativo. 

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