Sonó la pólvora a mis espaldas. La que empuja al proyectil. Tres, cinco, seis, varias detonaciones. Evidentemente eran armas largas, no pistolas. La confirmación la dieron un par de casquillos levantados y desaparecidos por una mano furtiva: calibre .223 Rem se leía en su base. Efectivamente, el mismo tan genérico que adoptó la OTAN como estándar por ahí de mediados de los años sesentas y que se distingue, por su ligereza, de la munición estandarizada por el Pacto de Varsovia para utilizarse en la temible AK-47 de manufactura rusa. Nuestras calles también forman parte del eterno y universal campo de batalla. Los fabricantes y distribuidores de armas pueden presumir del éxito rotundo de la globalización planetaria. La democrática economía del éxito. El plomo no distingue el color del pellejo que perfora ni su lugar de nacimiento.