Cachorros de la democracia

Millennials dirigirán a Morena y podrían ir contra la corriente.

Desde el grupo en el poder en México se ha decidido inducir un cambio generacional en sus filas que empieza con las estructuras de mando nacional en su partido, Morena.

Lo simbolizan (aunque no son los únicos) quienes ocuparan los tres cargos más importantes: Presidencia (Luisa Ma. Alcalde, 37), Secretaría General (Carolina Rangel, 36) y Secretaría de Organización (Andrés López, 39).

Nacieron entre 1986 y 1989, son parte de la llamada Generación Y (Millennials) y ello aporta ingredientes peculiares en su forma de ver el mundo y de abordar la experiencia vivencial y política que les ha tocado.

Son contemporáneos de grandes cambios que transformaron al mundo de manera radical.

En términos informativos y comunicacionales son nativos digitales. Nacen en la década de la primera generación de los teléfonos celulares; crecen durante la década de la segunda generación, de los videojuegos y de la masificación de internet, y arriban a la edad de ingreso en el mercado de trabajo -y de ciudadanos- en consonancia con los teléfonos inteligentes.

En términos políticos y geopolíticos suceden hechos de ruptura histórica entre sus 0 y 8 años de edad: la crisis política electoral mexicana de 1987-88 que da pie a la gran revuelta por la pluralidad y la democracia; la fractura del PRI nacionalista y su convergencia con la izquierda socialista que da forma al PRD en 1989; la caída del Muro de Berlín en ese mismo año; la disolución de la Unión Soviética en 1991; el asesinato de Colosio y el inicio del Tratado de Libre Comercio en América del Norte en 1994.

Tendrán entre 8 y 15 años cuando el PRI pierde por primera vez la mayoría en el Congreso federal y la ciudad de México en 1997; cuando el PRI pierde la Presidencia de la República en el año 2000 y cuando las Torres Gemelas son derribadas en 2001.

En la fase previa a la vida adulta estos jóvenes no tuvieron que preocuparse por encontrar un teléfono público fijo (o traer una moneda en la bolsa) para reportarse a casa; el mundo bipolar de la Guerra Fría había desaparecido desplazado por uno que empezaba a ser multipolar, más individualista pero a la vez más integrado como “aldea global”; el discurso y la persecución occidental anticomunista habían sido sustituidos por el antiterrorismo (islamista esencialmente); el mundo musulmán empezaba a ser visible así como el sorprendente emerger económico de China que resurgió desde su silencio. En lo doméstico, México se abría al mundo y el PRI había dejado de ser el único, amo y señor, concentrador del poder y de la escena política nacional. 

Es la etapa del florecimiento de la competencia política abierta, de la lucha legal, de la pluralidad y de la alternancia.

En su momento de maduración, para "hacer política" opositora, no tuvieron que pensar en irse a la ilegalidad, a la clandestinidad, o a la guerrilla (como sucedió a la izquierda de generaciones previas) como tampoco debieron vivir con la frustrante sensación de ser minoría contestataria eterna (como era el caso del PAN desde 1939).

De hecho, su primer “enemigo a vencer” no fue el PRI sino el PAN. Tuvieron posibilidad de votar por primera vez para presidente en 2006, contienda en la que se inaugura AMLO como candidato presidencial. Esa experiencia, la elección y sus secuelas controvertidas en extremo, seguramente habrá marcado su forma de ver y entender la lucha política en México y el camino que habrían de seguir.

El anti-neoliberalismo tomó forma autóctona en anti-panismo electoral, para ser anti-prianismo con el regreso del PRI en 2012 y anti-prianrdismo con la firma del Pacto por México en 2013 y la consecuente ruptura de AMLO con el PRD. La ruta natural para los jóvenes millennials opositores fue incorporarse a la disputa por el poder mediante un nuevo instrumento electoral que no fuera parte del “sistema”: Morena; convirtiéndose a sí mismos, entonces, por experiencia propia, en cachorros del obradorismo.

Es la etapa del florecimiento de la pluralidad, de la competencia y de luchas por las libertades y la democracia no solamente en México sino también en el mundo. 

De acuerdo con los rankings de índices de democracia que elaboran anualmente la Iniciativa Global para el Estado de la Democracia (desde 1975) y la Unidad de Investigaciones de The Economist (desde 2006) la etapa en la que más del 60% de los países y de la población mundial experimentaron regímenes políticos democráticos (ya sea en ciernes o consolidados) duró de los años ochenta hasta mediados de la segunda década de este nuevo siglo. Aunque de manera tardía, México formó parte indiscutible de ese proceso.

Así, los millennials son catalogados, en general, por ser abiertos al mundo, defensores de la pluralidad y la diversidad, así como partidarios de causas colectivas a pesar del entorno comunicacional individualista. Aprendieron que en política se compite, se vale disentir, se disputa y que la alternancia en el poder es perfectamente viable, aceptada por la sociedad y sin sobresaltos para la estabilidad. Es la visión del mundo que les ofreció el entorno en su proceso de formación, por eso son, también, cachorros de la democracia. 

Sin embargo, el mundo ha dado un giro en los años recientes, después de la crisis financiera de 2007-2008, acentuado por los inesperados efectos de la pandemia del Covid-19: el mercado global se contrae artificialmente por los proteccionismos nacionalistas; las fronteras se cierran; se exigen visas para el tránsito de las personas; se imponen aranceles para el flujo de las mercancías; aumentan las contradicciones económicas, políticas y hasta personales; se exaltan las diferencias frente a “el otro” que se considera distinto por origen, creencias o preferencias; las identidades parciales sustituyen al conjunto y hay un ambiente de incertidumbre por los acelerados cambios tecnológicos que son difíciles de comprender y de procesar.

La sensibilidad está a flor de piel. La nube anímica es propensa para la desconfianza, el conflicto, la violencia y las guerras.

Con ese contexto, en el mundo se ha ido perdiendo el afecto social por la democracia y por la pluralidad. Se demanda, se acepta y se consiente mayoritariamente, cada vez más, la concentración del poder y, eventualmente, el autoritarismo. 

Los mismos rankings de índices de democracia registran desde 2018 una progresiva y consistente disminución de los países en democracia, estando ya por debajo de la mitad de la población mundial y tendiendo a disminuir hasta un tercio, propagándose los regímenes marcadamente autoritarios y los llamados intermedios o “híbridos” (entre los que se incluye a nuestro país).

Montado sobre esta ola mundial México se encuentra en su particular etapa de (re)concentración del poder. La mayoría política absoluta que se ha derivado de las elecciones del 2 de junio de 2024 y su consecuente aplicación en nuevas leyes y mandatos impulsados y decididos por Morena pondrán a prueba el concepto de democracia a la mexicana así como sus formas de ejercicio y aplicación.

Es el momento complejo que deberán navegar los jóvenes dirigentes de Morena, cachorros del obradorismo y de la democracia: conducir, gobernar o imponer, desde el poder, la condición heredada de ser mayoría absoluta. 

Existe la duda razonable sobre si serán ellos quienes tomen las decisiones más importantes en Morena, las que habrán de impactar significativamente en la política nacional, o si es solo una dinámica de fogueo y proyección hacia el futuro mientras las decisiones se toman en otra parte: ya sea en el gobierno federal, entre los gobernadores, entre grupos de poder de facto o por el jefe político histórico.

Se sabrá con el tiempo y los hechos. Para decidir en el juego hay que estar en el juego y ellos ya están ahí. Veremos de qué están hechos. 

Se ha dicho también que, en el caso de por lo menos dos de ellos, al ser hijos de sus influyentes padres, sin esa condición no estarían en ese nivel del juego político. Puede ser, pero eso por sí mismo no descalifica sus capacidades personales. Además, hay que tomar en cuenta que no son los únicos de su generación que están presentes. Más bien la representan, incluso a los más jóvenes.

Destaca, por ejemplo, la inclusión de una joven de 27 años, 10 años más chica que ellos, Camila Martínez, quien se hará cargo de la Secretaría de Comunicación de la misma estructura nacional.

No se puede obviar ni regatear que hay una decisión acertada en Morena al foguear y proyectar a sus jóvenes cachorros. Es una medida audaz que muestra el dinamismo con el que se está moviendo el grupo en el poder para perfilar su continuidad. Dinámica que sobresale si se contrasta con la esclerosis y la parálisis que muestran los partidos opositores -otrora gobernantes- que no atinan a encontrar su lugar ni a los dirigentes adecuados para transitar con éxito la nueva etapa del régimen de partidos en México.

Más que verlo como caso aislado, impuesto desde arriba, el hecho marca una tendencia a tomar en cuenta: los Millennials y quienes les siguen han llegado y van a prevalecer.

Dependiendo de cómo se conduzcan y de las formas donde pongan sus prioridades y principios habrán de estar yendo a favor o en contra de su propia generación.

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