El niño y el fanático

El tema viene al caso por el grado de agresividad verbal, ofensiva, consentida y festejada al que llegan a estar sometidos los niños en los espacios públicos como puede ser un estadio deportivo, en este caso de beisbol.

En el terreno hay juego. En la tribuna, circo.

Liga Mexicana. Anoche jugaban en Cancún los Tigres locales contra los Leones de Yucatán. Buen juego, entretenido, que terminaron ganando los de casa. Muchos niños asistentes, invitados y acompañados por sus papás en un anticipado Día del Niño. Hasta que llegó un momento en que el espectáculo tornó del terreno de juego hacia las gradas debido al estruendo y la agresividad de los gritos ofensivos y vulgares espetados por un fanático que quería hacerse notar en contra de los jugadores visitantes. Del chascarrillo gracioso al la ofensa soez. Del festejo colectivo a la molestia silenciosa generalizada. Un verdadero circo en donde se presentaron los animales haciendo de payasos malos. 

El niño y su aprendizaje.

Por razones familiares mi vida a estado perennemente ligada al beisbol. A los deportes en general y por lo tanto a la asistencia durante siempre a estadios grandes y chicos, profesionales y amateurs, nacionales y extranjeros, a campos deportivos y a canchas, a espacios abiertos y cerrados. En esos espacios colectivos el fanático adulto se emociona, se estresa, se desinhibe, se hace anónimo en la masa y a la vez hay quienes se individualizan para hacerse notar ante la masa. Grita, gesticula, silva, comenta con el desconocido, sufre y es feliz. "En los grandes clásicos del fútbol el público hace más esfuerzo de los jugadores." (@juanvilloro56) afirmación que también vale para los otros deportes.
Pero en esas condiciones de desinhibición el adulto suele despreocuparse y hacer caso omiso de quien lo escucha, de quienes son los que lo rodean. Con frecuencia hay niños. Infantes que al ver el gozo por las"puntadas" y las agresiones emitidas por adultos que pueden ser sus padres, familiares o amigos, tienden a repetirlas para convertirse ellos mismos en parte de la aceptación y del festín colectivo. El hecho es que les resulta permitido hacer cosas y expresarse de formas que de manera regular en sus propias casas y en la escuela les están vetadas e incluso llegan a ser reprimidas. Vicios privados se convierten a sus ojos en virtudes públicas.

¿Deberá haber algún límite o correctivo?

El caso que comento incluso rebasó esos límites. El gritón y sus allegados se fueron transformando de forma gradual (al visible consumo de alcohol) en violentos agresores verbales. Los improperios molestaron a la concurrencia. Los propios jugadores agredidos, irritados, ya atendían ocularmente más al agresor que a su trabajo. Los niños se acercaron para escuchar mejor pero sin entender. Los encargados de seguridad se interpusieron para evitar un eventual contacto entre jugadores y "fanático". ¡Pero nadie dijo nada!. Se da por hecho que en el pago del boleto al espectáculo esta incluido el derecho al insulto y al escándalo desmedido; a trasladar el show de las canchas a las gradas.

Entonces me pregunto, ¿no debería esto formar parte también del juego limpio, de famoso fair play?. Una cosa es gritar para apoyar, para estimular, para reclamar una decisión arbitral y hasta para distraer y desconcentrar al equipo contrario y otra muy distinta agredir de manera directa, personal o colectiva, hasta llegar a los extremos de poner en riesgo el espectáculo mismo. Desde luego que es muy difícil, por impreciso, determinar los límites entre lo aceptable y lo recriminable. Pero también he visto infinidad de veces que por mucho menos de lo presenciado ayer, han retirado del lugar a una persona ostensiblemente pasada de tragos, simplemente por estar fuera del control de su persona.

No es un tema moral. Las formas públicas llegan a ser muy distintas a las privadas. Y la educación de los infantes no se encuentra en los estadios, pero si su confusión con relación al comportamiento incierto y contradictorio de los adultos sobre la manera de comportarse como un fan.




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