Coyoacán

La oportunidad de comer con Fernanda se escurrió por los rumbos de Coyoacán. A la espera que diera la hora convenida me aposté en el parque de los coyotes. Parejas caramelo en las bancas de los costados. De repente una señora con madurez vivamente pintada en el rostro extendió los brazos y gritó a los entretenidos de mi derecha quiene abstraídos del mundo desmadejaban un largo beso:  "¡Oiganme! ¡Hay hoteles, eh!" y con el movido derecho índice les espetó: "¡El amor es íntimo!". 
Las caras de sorpresa tornaron en sonrisas. Miradas mutuas entre todos los inevitables mirones que silenciosos nos hicimos cómplices. Cada cual cómplice de quién quiso: seguramente alguien de la gritona, sospecho que los más lo fuimos de los azucarados . El personaje cortó el improvisado y rápido sermón y continuó el camino. En la banca verde regresaron al beso. A varios. A otros. A todos los posibles porque uno parece ninguno. Aunque no aiga pal hotel.
Los coyotes ahí. Húmedos y vigilantes. Testigos diarios de muchos besos... y quién sabe de cuántas desaveniencias.


Y luego la compañía supo mejor con la comida. Buen lugar. Gourmet. Intimo. Estilo propio. Sin miedo al color. Suficientemente cómodo y sabroso para cobijar una charla de varias horas. Los sentimientos importan, el lugar también. La comida y el café, ni se diga.

Comieron y se fueron

Aroma para el ánimo

Se come, platica, piensa y lee

Si tienes hambre estando por ahí, en el mero centro, encuéntralo.

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