El azote de Dios

Once del once del once.

Ni apocalípsis ni devastación cósmica. Tampoco advenimiento del reino de la bondad. Día propicio, sí, para una nueva e inesperada nota en la cuanta de la tragedia nacional. 

Por la mañana, en tono de guasa, recordaba en twitter al bárbaro aquel de los tiempos escolares al que podíamos llamar, jugando con el significado de las palabras, Atila, Rey de los Hunos, por las bajas calificaciones que solía obtener.

Atila, de origen asiático, fue el azote de occidente allá por el siglo V. Los hunos se ubicaban hacia los territorios que ahora son Hungría. Con sus ejércitos invadió Constantinopla, los Balcanes, Grecia, la Galia y el norte de Italia. Siempre a la brava. Se le decía, por ello, el azote de Dios. Aunque fue justo un Papa, León I, quien detuvo su avance por Europa y hacia Roma negociando su retiro a cambio de tributo. Con lo que no pudo Atila a sus 50 años fue consigo mismo. Ahogado en su propia sangre lo mataron sus excesos en la mismísima noche de bodas.

Ser, entonces, en la escuela, el rey de los unos, es de bárbaros.

No había terminado mi remembranza, que ahora puedo documentar fácilmente en internet, cuando me veo impulsado a escuchar a López Dóriga, fuera de horario, emulando al Zabludovsky de aquel fatídico 19 de septiembre, 1985. El terremoto del terror. Estrellas de la pantalla que rompen la rutina, corren al micrófono y se ponen a cuadro buscando quedar en el recuerdo como los grandes cronistas de la tragedia. Y si fuera posible, "desde el lugar de los hechos". El infaltable show de los vivos a causa de los muertos.

Aunque la TV ya es para muchos segunda instancia. Plato de segunda nota. Hoy podemos decir, "me enteré primero en las redes sociales". Así me sucedió. Antes pude ver la noticia en Twitter.

Cayó trágicamente el helicóptero en que viajaban el Secretario de Gobernación, Francisco Blake Mora y algunos colaboradores. Nadie sobrevivió. 

Mientras dan más datos del hecho regresan más recuerdos. Durante varios años volé repetidas veces en helicóptero, principalmente sobre el mar. A veces en Pegaso y a veces en Super Puma, para acceder y regresar de plataformas petroleras marinas. Los Super Pumas me parecían portentosos. Infalibles. Nunca  me enteré que sucediera algo grave en ellos. Cuando supe de alguna tragedia se referían a los Pegaso que bien podían llamarse Papalote. Al tocarme tomarlos, infinidad de veces, a estos sí los abordaba con una mezcla de recelo y excitación. No sucedió nada que no fuera la emoción de volar. El incidente de hoy (así lo llamó la vocera de la Presidencia) le sucedió a un Super Puma. Debió haber estado muy mal ese aparato, se metió por donde no debía o... vayamos a saber. Lo que es un hecho cierto es que las aeronaves oficiales son otras de las calamidades de este gobierno.

Para algunos historiadores Atila, salvaje químicamente puro, es la representación misma del terror y la maldad. Para otros un románico apasionado. Como sea. Yo hube de recordarlo en broma como el Rey de los Hunos, precisamente hoy, el día de los unos. Seis unos que, por desgracia, jugaron una broma de terror.

En respetuosa memoria de quienes se fueron hoy.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sobre el dinosaurio camaleón

México ante la necesidad de un Nuevo Orden Mundial

No hubo “corcholatas”