Mercadeando

Como en cualquiera de nuestros mercados al llegar la pregunta es: "¿qué busca?". Pero aquí la frase se recibe golpeada, seca, no es cantada. No es "¿qué busca, qué desea, qué le damos, güero?" aunque seas un prieto de la misma intensidad del que te habla. Aquí no hay marchante ni marchanta. No tienen nada a la mano para darte a probar. Nada de "pásele, pásele", simplemente es "¿qué busca?" "¿qué busca?" una y otra vez, a cada paso por los estrechos pasillos pasando por cada puesto y no sabe uno a bien si es una invitación a practicar el comercio o un escrutinio por pisar territorio equivocado. 

Es el Mercado Sonora en el centro de la ciudad, México, Distrito Federal. Hay cualquier cantidad de plantas, raíces, tubérculos, tallos, flores, extractos y partes de animales, líquidos y esencias de los orígenes más extraños y para los usos más inverosímiles. Preguntar para qué son no es bien aceptado. ¿Cómo que preguntar para qué se necesita cada cosa si las cosas están ahí porque hay quienes sí saben para lo que son y van por ellas porque las necesitan?. Por eso el "¿qué busca?" tiene ese doble sentido. ¿Vienes a preguntar sobre lo que no sabes si aquí el que llega debe saber por lo que viene?.

Aunque no hay que indagar demasiado para darnos cuenta que aquí está todo lo necesario para los misterios de la magia, del budú, de la santería, el culto a la santa muerte, las sanaciones milagrosas, la medicina naturista autóctona. 

Un poco se insistencia y, a pesar de las miradas inquisitivas, habrá quien te oriente tantito. Una recomendación para salir de la pobreza por aquí, una solución para el mal de amores y las carencias en la cama por allá, una mezcla de infusiones para la diabetes, la piel o el corazón más hacia el final. No preguntar más. Los elementos de los ritos que te son ajenos deben mantenerse en la penumbra. Este lugar es la fuente brotante para la sabiduría subterránea, la de los iniciados, la que viene de lejos. La que, si no es tuya, sólo pasa, vela, admírala y calla. 

Pero no salgas con las manos vacías. Sin que te lo digan es obvio que puede ser de mala fama. Cuándo menos llévate un cuerno de la abundancia. Quien quita y hasta regreses a dar las gracias.
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Brinca el puente, cruza la avenida y el panorama cambia. La Merced parece lo mismo pero es lo contrario. Ahí la venta de lo vulgar y lo cotidiano: los alimentos, los enceres de lámina y de plástico. Al mayoreo y menudeo. Mucha pestilencia sin olor a incienso que lo disimule. El mercado bajo, de la carne magra, del sexo sin cuidado, de la venta de cualquier cosa. Del cuchillo y el machete para ajustar cuentas al bajar el sol. ¿Hay algún honor que salvaguardar en esa villa?, no lo se, pero de seguro un orgullo muy propio. Eso sí. Es el submundo del comercio masivo que da de comer en sobrevivencia a muchos sin que haya envoltorios que anuncien que cada bocado o trago que se engullan irán acompañados de alguna ilusión.

Pero a cada paso y en cada mirada se puede adivinar un mensaje no escrito: "aquí Su Merced puede ir garantizando su vida a diario. Es decir, solamente hoy. Mañana quien sabe". 


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