Por un acuerdo entre Julián y Greg

Dicen los neurocientíficos y los especialistas en comportamiento y en psicología política que son las emociones y no la razón las que motivan de manera determinante las preferencias electorales e incluso muchas de las decisiones públicas importantes de los individuos. En efecto, está visto en infinidad de ejemplos que ha sido el predominio de las emociones, el descontrol de los impulsos neuronales, la causa de decisiones y actitudes que han desembocado en acontecimientos históricos claves, principalmente grandes tragedias y aparatosas derrotas. A pesar de eso, o más bien precisamente por eso, uno no deja de esperar que la razón intervenga, si no entre los que votan, por lo menos entre quienes asumen voluntariamente la responsabilidad de legislar, de gobernar y, en general, de conducir los destinos de una comunidad. 

El tema viene al caso al revisar la situación actual del PRD en Quintana Roo. El acomodo de los acontecimientos está generando muy buenas oportunidades para que el partido se perfile hacia resultados muy favorables en las próximas elecciones federales y para que con ello asiente una importante presencia política en la localidad. Pero no basta con que las condiciones estén ahí. Para que suceda se requiere que los factores políticos racionales, esto es, que los diversos liderazgos reales se alineen bajo un esquema de acuerdos posibles y de candidaturas competitivas que sumen en un mismo sentido. 

El PRI no las trae todas consigo. A su precandidato presidencial lo único que le queda es encontrar la manera  de mantenerse en equilibrio sobre una línea muy delgada y movediza de "preferencias" de la cual se puede caer. Por lo pronto ya se enredó entre los hilos de su propia ignorancia y las únicas redes que lo acogen, no precisamente para protegerlo, son las sociales. En lo local, que les hayan impuesto la primera fórmula para el Senado a favor de los verdes junto con la llegada de Pedro Joaquín a la presidencia nacional de su partido son hechos que han sacudido fuerte a las fichas en juego. Hay varias lecturas de los posibles escenarios que pudieran venir, pero lo que es un hecho es que se les movió el tablero y aún no resuelven como acomodarlo. Si lo hacen mal puede haber reacomodos y posibles damnificados.

Por su parte, López Obrador ha resurgido en el escenario con una dinámica de ascenso lo cual podrá tener un favorable impacto exponencial en territorios, como éste, que le son afines.

Lo políticamente correcto, es decir la racionalidad más elemental, recomienda que el PRD aproveche la circunstancia y la elección en puerta para poner localmente la relación de fuerzas a su favor. Romper todo tipo de relación subordinada y de presiones contra la pared. Para empezar, Julían Ricalde y Gregorio Sánchez tendrían que ponerse de acuerdo. El primero en calidad de Presidente del municipio más importante del estado y, a la vez, líder de la corriente partidista mayoritaria. El segundo, como el personaje mejor posicionado en el ámbito electoral con un liderazgo social reconocido. Un acuerdo (hasta diría entre personajes políticos maduros y responsables) que los comprometa juntos y visibles de cara al electorado, que establezca la integración de candidaturas competitivas y que los obligue a poner en juego su capital político en la próxima campaña. Un acuerdo, si se quiere coyuntural pero efectivo, que jalaría con fuerza tras de sí y con mucho entusiasmo a los diferentes grupos del PRD y a los partidos aliados.

Es sabido que Julián ha declarado públicamente que con Greg no va ni a la elección y ni a la esquina. Sus razones de gobierno, políticas y hasta personales tendrá. Por lo que públicamente se sabe, hay fobias mutuas que pudieron haberse gestado. No se trata de obviarlas y mucho menos de borrarlas. Son cosas que de alguna manera tendrán que resolver. Pero, a mi parecer, nada de eso puede estar por encima de la responsabilidad que, en momentos como este, tienen que asumir los liderazgos reales que están en el mismo flanco del espectro político, como ambos dicen estar.

No es la primera vez que una controversia de personalidades frente a una encrucijada se presenta en la historia de las decisiones políticas en cualquiera de sus niveles. La diferencia entre las que trascienden con honores con las que se quedan para el anecdotario de las vergüenzas está en saber resolverlas con emoción pero sobre todo con un alto grado de racionalidad y de valor por encima de la sensiblería de las malas pasiones y los rencores.

Sin pasión no hay acción que valga. Pero es causa de fracaso si predomina a la hora de asumir la responsabilidad de tomar decisiones que impactan en los demás. En los que se dice dirigir. En los que se pretende gobernar.

En sus manos está. Y no les queda mucho tiempo.


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