Verde Shanghai

Con Cristina hay que andarse con cuidado.  Pero sin perder el ritmo. Poner las pausas donde son, leyendo fluido. Así, es fácil y rápido descubrir que es todo un acontecimiento. El gusto exquisito por la palabra se siente en el paladar del alma. Suena en el cerebro con encantadora cadencia. La palabra…

La sigo en Twitter desde hace tiempo gracias a que me llegó la reproducción de una de sus frases.  Me enganché con esa y con las que siguieron. @criveragarza. Después supe que estaba muy enredada entre las letras con una bibliografía interesante. Sublime curiosidad danzaba en mi mente desde entonces, aunque nunca corrí a buscar cómo satisfacerla. Siempre había un algo antes. Sólo ahora me he dado la oportunidad de leerla más allá de los textos cortos de, máximo, 140 caracteres.

También ha sido por un poco de casualidad. Husmeaba en la estantería de libros de una tienda departamental que no es librería, medio haciendo tiempo y medio esperando encontrar algún título que me atrapara. De repente tenía en las manos sus narrativas dolientes sobre La Castañeda. Me dio gusto y sorpresa. Había llegado la ocasión, pero sentí que no me acomodaba como texto de iniciación. Me antojaba más la imaginación que la investigación. Ya veremos después la vena histórica. Así que busqué afanosamente, en ese revoltijo de libros, otro de sus títulos. Aunque fuera lo que fuera, estaba decidido: de ahí no saldría sin ella.

Cristina Rivera Garza se me apareció en forma de libro, por primera vez, con Verde Shanghai. Es de efectos inmediatos. Invita al amor casi filial a primera vista.  Lenguaje intenso y sutil a la vez. No redacta el informe de los hechos. Tampoco los dobleces crípticos para las adivinanzas. Simplemente es la esmerada descripción en espiral que fustiga a la imaginación. Una sin la otra y no habrá lectura tolerable.

Ni crítico, ni escritor, ni nada que se le parezca. Únicamente lector regular pero muy desordenado. Así que digo aquí sólo lo que pienso y siento: ¡Verde Shanghai es una excelente trinchera! Salvaguarda contra el mundo. La guerra no importa. Resurgirán los sobrevivientes impresos, aunque sea en las pantallas, con un nuevo orden para el desorden de las ideas.

La frase que, de entrada, más me gusta: “Ese desajuste momentáneo entre el cuerpo y el lugar del cuerpo”. Razón suficiente para detestar a las mañanas aunque salga el sol. Identifico ese instante, pero hasta ahora sabré que tan peleado estoy con él.

Y la que me resulta más significativa: “¿Qué le pasaba a los objetos y las palabras y las inflexiones y los puntos suspensivos que no podía rescatar del olvido diario?”. Eso mismo (o algo parecido) me pregunto yo desde hace años. ¿A dónde van las ideas, frases e imágenes que se construyen de manera inesperada en la mente, con mucha satisfacción y expectativa, mismas que parecen estar a la mano, ya aquí para siempre y que, repentinamente, con cualquier pequeña distracción, desaparecen en el olvido inmediato, en medio de la vulgaridad cotidiana por tener que transitar el día? “La nimiedad de las tragedias cotidianas”. ¿Por qué no regresan? Sólo se puede intentar rescatarlas si hay rapidez y condiciones para ponerlas en negro sobre blanco. Y aún así suelen perder su contexto.

Y si, en efecto, queda claro que seamos lo que seamos, las veces que sea, “los nombres siempre significan algo”, incluso para aquellos que son descritos sin un nombre propio.

Andarse con cuidado significa, en este caso, mantener conectados los ojos con el resto.

Verde Shanghai, Cristina Rivera Garza, Tusquets Editores, México, 2011

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