Silencio escandaloso

Muchos  siglos, muchas vidas, muchos planetas. Suficientes para que Fango Largo aprendiera a desentrañar  de entre las enseñanzas de algunos rincones del universo los secretos de lo que llama las Emoseñales Subintencionales. Asegura que a esa secuencia de reflejos y reflexiones nada se le escapa de la comunicación corporal, a veces antes de que el movimiento suceda, más allá de las palabras, los gestos, las posturas y las miradas. Así las nombra cuando las ve, cuando las palpa, cuando están a su personal alcance: emoseñales subintencionales. Porque cuándo no está presente pero se las platican con detalle, cuando su interlocutor tiene la capacidad de transmitirle todo sin dejar pasar minucia, entonces se pone retórico y le da por llamarlas Emoseñales Extrasensoriales Subintencionales.
Para pronto: Fango Largo puede cachar a la gente en sus intenciones y emociones, que ni ellos mismos tienen claras y conscientes, incluso antes de sus futuros actos, aunque sólo se lo platiquen.
-¿Así que lloraba con lentitud, con ganas sinceras, pero sin lágrimas?
-Así es, don Fango. Con gestos y pucheros suaves que…
-¡Déjalo en Largo! Quítale el “don” y salte del fango. Ambos estaremos más cómodos.
-…que nunca le había visto. Sinceros pero raros, muy raros para ser una despedida como todas. Y cómo que quería atreverse a decir algo que no debía decir, don… perdón Largo. No dijo nada. Sólo esas leves contorciones faciales extrañas. El llanto que no era pero que ahí estaba.
-¿Parada, sentada, acostada?
-Acostada, boca abajo, con la mano derecha en la barbilla, mirándome con mucha tristeza. Aligerando el peso. Con la palabra entrecortada.
-Mmm. Se estaba despidiendo, se estaba despidiendo….
-Sí. Se estaba despidiendo. Como otras veces pero diferente.
-¡No! Lo que digo es que realmente se estaba despidiendo. ¿Qué hizo después, cuando se subió a la nave?
-La acompañe a salir. Luego me regaló un beso con una mirada fija, casi infinita, pero suave.
-Incuestionable. Para cuando puso las manos en el timón, antes de partir, ya se había ido. Cuerpo y espíritu se disociaron. El primero tenía que alcanzar al otro al arrancar el motor.
-¿Quiere decir que se fue de mí? ¿Para siempre?
-De ti. Para siempre.
-No lo entiendo y creo que no lo creo. Todo parecía estar muy bien. No tendría aparentes razones para irse.
-Entre nuestras costumbres, mi amigo, las amazonas galácticas no se van. Se las llevan. Deberías saberlo. Y esta, para cuando se incorporó, ya estaba lejos.
-¿Pero quién? ¿Alguien que yo sepa?
-Averiguarlo le puede resultar ocioso, aunque sin dificultad. Pero eso, sinceramente, eso es lo de menos. Algo o alguien se la lleva. La espera en su destino. La aleja.
-¿Por qué no me lo dijo?
-Porque no lo sabía a ciencia cierta. Lo intuía. Por eso el silencio y el llanto confundido. Seco. Ajeno e indeseable. Era una alerta indescifrable. Quería y no quería. Sabía y no sabía. Reaccionó a un impulso incontenible. Apenas está por descubrirlo.
-No estoy seguro. No alcanzo a comprender…, no encuentro la razón.
-No busques razón donde sólo hay una larga cauda de emoción y confusiones.
-¿No sabe lo que quiere?
-¡No quiere lo que sabe!
-¿No me quiere como soy?
-No se atreve como es.
-No sé que esperar.-Ya no es tiempo de espera. Apremia caminar. El horizonte se despeja al paso de los minutos.
-¿En cuántos? ¿En cuáles?
-En los próximos inmediatos, aunque parezcan infinitos. Los inevitables. Los del silencio. Si el silencio impone su escándalo ya no tendrás nada más que hacer.
-Óigame, don… don… Largo. ¡Se está pasando!
-¿De largo? ¡Ja! El cronómetro sin palabras es más sabio y viejo que yo. Y nadie se lo reclama.


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