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Sacudida su madriguera, sacado del letargo a punta de madrazos renovados (exacto, los mismos, del mismo mazo, de la misma fuente, nada más que fresquecitos) se despierta el monstruo cazador de absurdos dispuesto a dar la pelea. Muerto de hambre. Aficionado a la carne cruda, a dejar limpiecitos los huesos y a violentar el orden de los gemidos por doquiera. Rabioso. Ansioso por prender con incienso la hoguera. La pradera. Proclive a chingar al prójimo con El Chingonario a la mano, como libro de cabecera. Antes de que se lo hagan. O después. Antes de que cualquier pendeja mentirosa con cara de santurrona alada le quiera quitar lo fiera. O después.
¡Ah!, el monstruo. ¡Ah!, el absurdo. Balanceándose siempre juntos como enamoraditos traicioneros en primavera.

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