Gomorra


La palabra puede acarrear riesgos. Convertirla en verdad que pega duro habrá de demandar para su emisor el pago de un alto precio. Tan alto como para que Roberto Saviano dijera, en 2010, que detestaba a Gomorra. Su libro. Lo aborrece porque el éxito de su juvenil atrevimiento le convirtió la vida en un imposible. Lo publicó a los 26, después de cinco años de rascar y acumular información. Le declaró su odio a los 29. Tiene 32. Años recientes que tolera subsumido en las catacumbas, entre chalecos antibalas y armas cortas disimuladas por sus guardaespaldas. Gomorra le quitó el oxigeno y el agua de lluvia de las calles.

Condenado a muerte. Dice Saviano que no lo quieren matar por lo que escribió, como le sucede al musulmán Salman Rushdie por sus Versos Satánicos, sino porque muchos lo leyeron. Si hubieran sido poquitos los curiosos cree que por ahí andaría, en las calles de Campagnia, como si nada. Tengo mis dudas. Me quiero imaginar a los capos activos mencionados en el libro, leyendo sus nombres, lugares y travesuras, sintiéndose al desnudo. Aunque nada más ellos lo vieran. El borrador. Según el propio Saviano, matan por menos. Algunos de ellos han sido perseguidos y detenidos después de la publicación. Las policías han ido a buscarlos a países y rincones que no estaban en los mapas de sus recorridos. Saviano es un delator. No un traidor ni un arrepentido porque nunca ha pertenecido al Sistema, pero es un paisano metiche y delator. Es fácil imaginar eso en la cabeza de los bosses.

Pero hay una cosa que me parece basta y suficiente para desatar la furia de quienes no quieren que siga con los pies plantados sobre la tierra: el final. El sorprendente cierre del libro. La conclusión que es una auténtica provocación: ¡Malditos bastardos, todavía estoy vivo! La referencia a la fuga de Papillón, novela de Henri Cherrière, debe seguir retumbando en los sesos de los capos vengativos cada día que pasa.

El texto no es estrictamente una denuncia. En todo caso, un grito de alerta, de desesperación. No es una novela. La realidad cruda se impone por absurda que parezca. No tiene cabida la ficción. “Saberlo no es lo mismo que verlo”. Pero tampoco es una reseña fría y distante, un trabajo periodístico a secas. “Es algo más esencial, ferozmente carnal”. Estar ahí, si, pero también jalarle los bigotes a la fiera para tratar de comprender si es posible “vivir al margen de las dinámicas del poder”. Un poder que sólo con pasar de cerca te paraliza, desafiante.

Es una disección quirúrgica. El filo del bisturí lo tiene la palabra. Palabras que se van juntando día a día hasta que se agolpan acumuladas, desordenada y van tomando forma. Como un diario de campaña que al paso del tiempo se convierte en una historia. Un pedazo de historia de Campagnia.

Curiosamente tiene un coterráneo que lo acusa de “novelar” a la Camorra. De alejarse de la realidad. De inventar. Es el periodista Simone di Meo, el mismo que lo tiene demandado por plagiar su trabajo para incorporarlo al libro. Por no darle el crédito. Artículos que habrían sido publicados en el periódico local Cronache di Napoli. Algunos le dicen el Saviano pobre.

Parece que Saviano siempre tuvo presentes los peligros que le asecharían al tratar de rasgar los entretelones del poder. Sabía que transgredía una frontera casi invisible y muy delgada al intentar comprender como se originan, circulan y fluyen las verdaderas venas de la economía, las que no están en las estadísticas públicas y oficiales. Las del gran poder del dinero, líquido y sólido, tras el trono. Las del crimen organizado de largo alcance. En su caso, la Camorra. Su largo y helado viaje hasta la zona del Friul para postrarse ante la tumba de Pierre Paolo Pasolini da la clave. Armarse de valor. Decidirse a usar el arma. Articular su propio “Yo sé…”. La palabra.

El autor de los Escritos Corsarios habría publicado el 14 de noviembre de 1974, en el diario italiano Corriere della Sera, un artículo titulado “¿Qué es este golpe?”, mismo que por su contundencia directa y acusatoria de los socavones del poder es considerado por algunos como el sello de su condena de muerte, misma que sucedería poco tiempo después en un episodio todavía oscuro. Así lo inicia Pasolini:

“Yo sé.
Se los nombres de los responsables de lo que llaman golpe (y en realidad es una serie de golpes instaurada como sistema de protección del poder).
Sé los nombres de los responsables del atentado de Milán del 12 de diciembre de 1969.
Sé los nombres de los responsables de los atentados de Brescia y de Bolonia en los primeros meses de 1974.
Sé los nombres…”

Y por ahí se sigue el poeta y cineasta en un extenso texto que cimbró pasillos y paredes de las guaridas de los poderes públicos y secretos de su tiempo.

A ese antecedente y a esa referencia acudió Saviano. Sorprendente para un joven de escasos 25 años. Se trasladó por cientos de kilómetros desde la Nápoles sureña hasta Casarsa en el Véneto para concentrar su reflexión de futuro ante la tumba de un rebelde y pagano que, asegura, no es santo de su devoción. ¿Origen y destino? De ser cierto este pasaje, me resulta el más impresionante del libro. Más que irse a meter a la boca del lobo. Más que ir a embarrarse los pies y la nariz con la inmundicia de los desechos tóxicos. Más que toda la paciencia aplicada en revisar archivos. Más que tener estómago para husmear en los destripaderos, los picaderos y los charcos de sangre, para que no le cuenten. Porque una cosa es llegar a saber y otra atreverse a decir públicamente lo que se sabe. Decidirse a hacerlo sin poder dimensionar totalmente las consecuencias.

“Yo sé, y tengo las pruebas. Yo sé dónde se originan las economías y de dónde toman su olor. El olor de la afirmación y de la victoria. Yo sé qué exuda el beneficio. Yo sé. Y la verdad de la palabra no hace prisioneros, porque todo lo devora y de todo hace una prueba. Y no debe arrastrar contrapruebas ni hilvanar sumarios. Observa, sopesa, mira, escucha. Sabe. No condena a ninguna trena y los testimonios no se retractan. Nadie se arrepiente. Yo sé, y tengo las pruebas. …”

Y así, a lo largo de más de trescientas páginas nos cuenta Saviano lo que sabe. Sus pruebas y sus vivencias. Lo que quiere que sepamos de lo que no se sabe de uno de los acuerpamientos criminales más poderosos del mundo.

Pero la disección de Saviano no es una autopsia. Le abrió a la Camorra una herida que supura. La exhibió sin disfraz en el círculo central del circo de los malvados. La hace babear de coraje para luego secarle la boca repleta de sed de venganza. Pero nada más. La Camorra modernizada y extendida goza de cabal salud. El propio autor da una explicación: los clanes mafiosos de la Campagnia han sabido adaptarse a los nuevos aires del tiempo. Un estilo de mafia para cada etapa de la economía. Del capitalismo. Para la era fordista, la de las plantas y fábricas verticales y rígidas, la producción en serie y los sindicatos, campeó y lidereó la Mafia (con mayúscula), la Cosa Nostra, la de Sicilia y Norteamérica; rígida, vertical, concentrada y ritual. Para la era del llamado neoliberalismo, producción flexible, descentralización y globalidad, permea mejor el estilo horizontal y más desenfadado de la Camorra. Federativa y sin complejos, agresiva, explosiva y expansiva. Conservadora pero sin grandes ataduras ideológicas. Sobrevive a pesar de la punzada recibida.

Saviano se convirtió, así, en una parte adyacente de la maquinaria que ha descrito. Que ha exhibido. Un engranaje a contratuerca. Una pieza extraña, improvisada, indeseable para el Sistema, pero incluida en su contexto. Contraparte y a la vez parte del mismo entorno. De su historia. Un capítulo inesperado. Un chipote. Un edema con el que los boss tienen que cargar. Como los camorristas no cumplen ciclos biológicos sino que éstos se les abren y cierran por eventualidades, les cayó un meteorito en forma de libro. Millones de ellos. Evento que  aceleró el ciclo en alguna de sus partes. Que lo condicionó. Acompañante en el nuevo trazo y remplazo de los jefes mafiosos. Contemporáneo de su generación. Como en su momento don Peppino Diana, párroco de Casal di Principe, el otro gran referente de Saviano en el uso de la palabra quemante.

Si aquí nadie se va a morir de viejo tampoco será de aburrimiento. De parálisis. De desesperanza. Las cartas están echadas, cada quien en su lado de la mesa, en una batalla que no tendrá fin. Con Saviano no han podido cumplir las promesas de rencor. Pegarle un tiro. La justicia y la opinión pública lo protegen. También el secreto que lo esconde de las balas. La soledad. Seguramente no lo hubiera querido así, aunque lo llegara a intuir, pero es claro que no le quedó de otra. Y optó por no esperar en silencio la suerte de su destino. Prefirió hacerle la faena. Encarar públicamente, con la palabra, a los jefes de la Camorra. Aprovechar la globalización comunicativa para hacerlos evidentes, conocidos, de carne y hueso. Los reta desafiante. No les pide que vayan a la doctrina para que se hagan buenos. Les exige que se entreguen y paguen sus culpas, como le espetó en una carta pública a Francesco Schiavone, “Sandokán”, en junio de 2010, después de la detención del hijo de éste. La tituló “Sandokán, arrepiéntete”, que es decir entrégate, confiesa y acepta tu castigo.

¿Qué más puede hacer un mortal, finito, temporal, solo, escondido, frente a un inmenso poder que lo persigue celoso? Poder que todo lo tritura, lo engulle y lo escupe, incluidos los pedazos que le son inservibles del poder mismo.

La sociedad no se moviliza para neutralizar a ese poder. Esa es su esperanza. Pero no. La gente del territorio en cuestión, observa. Recela. Por su parte, el mundo observa de reojo, cuando se acuerda, hacia lo que parece una mezcla de batalla y cacería. Han caído en prisión algunos de los capos que abiertamente amenazan. Desde las cárceles lo seguirán haciendo. Tratarán de mover los hilos de los killers. La mano ejecutora. Esperarán pacientes. Parece que saben hacerlo. Aguardarán a que el tema se diluya de viejo. A que los guardaespaldas se descuiden. A que el amenazado se pase de atrevido y dé un paso de más. A que se desespere y asome la nariz para tomar el oxigeno que le falta. Para cortársela.

¿Cuándo caerá la pieza perseguida? Parece que eso es lo que se pregunta impávido el mundo, pasivo. Miserable en su cotidianidad. Ocupadísimo en mover el engrane que le toca. Eso me pregunto yo mismo. Eso me preguntaba con Salman Rusdhie y afortunadamente ahí sigue, dejándose tomar fotos hasta con su recién llegado colega de angustias, Saviano.

La irónico de este caso debe ser que Saviano esté siendo acechado, perseguido y que, eventualmente, llegara a caer en la fatalidad por la manos de un killer, inquieto aspirante a boss, que ni siquiera lo haya leído. Tal vez ni ha oído hablar de él o solamente le contaron una versión distorsionada que lo reduce a un traidor, a un indeseable. El desprestigio como le hicieron a don Peppino. Un gatillero que sólo sabe que debe quitarlo del camino porque está obedeciendo una orden. Sus razones tendrán los jefes. Sin mayor explicación. Sin conocer la palabra…

(Gomorra, Roverto Saviano, Ed. Debolsillo, México, 2009)

Cayó lluvia nocturna y a la vez se sintió mucho calor. De los que todavía no es tiempo que lleguen. De esos para desensabanarse. Para desvestirse. Inquietante. El follaje amaneció impávido. Sin aire. Bochorno desde antes del sol. Sin nubes. Pintaba para día difícil. Para calles convertidas en vaporeras. Sin embargo, termino de escribir y se mueve. Menos el internet que, suspendido, me obliga a retrasar la “subida” al blog. Se mueve.

 (febrero 17, 2012)

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sobre el dinosaurio camaleón

México ante la necesidad de un Nuevo Orden Mundial

No hubo “corcholatas”