Agnes vs Juan Pablo, la disputa por las conciencias

Desde hace unos años se viene diciendo: "es la economía, estúpido", para enfatizar el eje motor que mueve y explica al mundo globalizado. Sus avances y sus contradicciones. En México, desde hace no mucho tiempo tenemos que decir: "es la inseguridad", para destacar el referente sobre el cual giran sociedad, economía y política. La vida cotidiana. Por estúpidos. Casi cualquier hecho público que nos impacta empieza y termina ahí. Con el riesgo de convertirse en costumbre. Y no queda más que estar sobre el tema.

El fin de semana asesinaron en el estado de Puebla a Agnes (Abraham) Torres Hernández, psicóloga y defensora de los derechos humanos de la comunidad lésbico-gay. Activista transexual. Una más de las víctimas de los llamados crímenes de odio. De la homofobia y la misoginia. De la intolerancia y la discriminación. De la doctrina enfermiza de la extrema derecha.

El hecho sucedió en el marco de una polémica pública motivada por el discurso en tribuna del joven asambleísta legislativo, panista, Juan Pablo Castro, quien cuestionó al gobierno de la Ciudad de México por permitir "el matrimonio entre jotos". La lluvia de recriminaciones que le cayó encima lo obligó a presentar una tímida disculpa. No había terminado de hacerla cuando mataron a Agnes. Sucedió entonces. Lo que parecía una tontería discursiva, un desliz polémico, dejó ver el verdadero rostro de Juan Pablo, mostró al facho que realmente es, al imbécil: el orgullo juvenil del panismo habría escrito inmediatamente que Agnes se lo merecía. Por aprovecharse de jóvenes poblanos. Por pervertida. 

Más allá de la indignación hacia su persona tenemos que ver lo que está al fondo, detrás del imbécil. No es un enfermo. No es un delincuente común. No es un asunto sólo de tribunales o de psiquiatría. Tampoco es un improvisado o un ocurrente. Nada más hay que verle en las fotos la pose y la mirada. Es un adoctrinado. Es este, por tanto, un asunto de ideología, de ideas, de preparación para la vida, de visión del mundo. Y este Juan Pablo confesional actúa fiel a la suya. Parece un renovado José de León Toral desde la tribuna.

Juan Pablo Castro no puede tener cargo de conciencia porque es congruente con lo que cree. Con lo que piensa. Con lo que sus líderes y mentores le han enseñado. Para eso está preparado. Por eso está en la Asamblea. Está ahí para dar sus batallas. No hay que llamarse a engaño. La derecha está actuando. 

Están a la vista. Debemos identificar aquí las evidencias de la disputa profunda. La que históricamente ha estado inmersa en este país dentro de las luchas por el poder y por la nación. Es la disputa por las conciencias.

No es solamente el asco y asquito que dice sentir un gobernador ebrio a causa de los homosexuales. Es el pederasta Maciel dando sermones de moral desde el altar. Es Abascal vetando la lectura escolar de una novelas de Aura. Es Serrano Limón con sus discursos fascista persiguiendo y esterilizando mujeres. Es Vázquez Mota desfigurando la educación sexual en las escuelas pública. Es la apropiación celosa y sistemática de la educación privada. Es Juan Pablo, éste, predicando su moral desde la tribuna, justificando el crimen. Es la utilización de las posiciones de poder para tratar de imponer su buena conciencia. La derecha está actuando. Clandestina y silenciosa. A la luz del día. Organizada. 

¿Y que hay en el otro lado? Más allá de la denuncia y la reacción inmediata, ¿dónde está el debate ideológico frente a lo que la derecha propone e impone? No parece haber nada estructurado. Mucho menos ideas. Esas que se dice mueven al mundo. 

¿Cómo está preparando la izquierda partidaria a sus nuevos exponente para llegar a posiciones de poder y dar sus batallas ideológicas, su propia disputa por las conciencias? ¿Los está preparando? ¿Hay causas? ¿Sobre que ideas eje se mueve? 

La sociedad libertaria tiene necesidad y esperanza. No está a la derecha. Se defiende como puede, a veces espontánea. Reacciona con indignación y rabia. Vota a la izquierda. Pero no parece suficiente. No hay conducción. Liderazgo. Suficiencia. Apenas se gesta.

Mientras tanto, he visto con preocupación como se dan, desde ese lado, los nuevos accesos a condiciones de mando y representación, incluso de gobierno: por la subordinación individual, las cuotas de grupo, los servicios personales y la lealtad a la nómina. Sin fuerza moral. Sin autoridad. Así no se ganan conciencias.

En estas condiciones cualquier pacto con la derecha, por la paz y la calma, no es garantía de nada. Sólo le ayudará a asegurar su permanencia y ampliar su ventaja. Porque ellos, sin rubor ni escrúpulos, en la tribuna lo gritan y en la calle, a obscuras, las matan. 




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