Los juguetes del gato

La noticia de estos días:

“Se descubren los misterios de los transgénicos y transgéneros: ratones del campo costeño, atolondrados y famélicos, son engordados con maíz y pasan a ser esclavos sexuales de un gato”.

El registro de este notable acontecimiento pudiera corregir una omisión de la Rebelión en la Granja.
Cuando George Orwell (que no se llamaba así) describió las pasiones del mundo animal frente al poder, el autoritarismo y la burocracia, dejó de lado (no sabemos si conscientemente) las miserias y las emosiones de los ratones y las ratas. En esa historia los traidores aparecen activos y a la vista, pero no los ratones. Aunque pudiera ser que esos pusilánimes acecharan invisibles desde los rincones y las cloacas y que por ello no nos diéramos cuenta que ahí estaban. Porque los ratones no pueden faltar. Siempre están en las granjas. Siempre disponibles. Al servicio de los gatos y las ratas.
Dice la versión completa del comunicado noticioso de estos días que los ratones costeños empezaron a comer maíz transgénico de manos del gato, a engordar raro, convirtiéndose en especímenes híbridos, transgéneros ellos mismos, soltando baba detrás del minino, empinándose y ofreciéndose a hacerle el trabajo sucio. Para corresponder al cumplido del generoso alimento que reciben, se prestan alegres a jalar imprudentes los bigotes a la fiera y a la rata. Todo por el maíz. Todo por congraciarse con el gato. Todo por desquiciar a la granja.
Como suele suceder, el peor y más arrastrado de todos es el ratón principal. El que dice ostentar el poder entre los chiquitos por ser el más vulgar, rastrero y miedoso. El ratón más gordo. Miedoso para ejercer el poder. Ese que chasqueando la trompa con orgullo no sólo se come los granos de maíz más grandes sino que los chupa directamente de la boca del gato. Ese que, agradecido como es, cuando el gato ronronea la weva, solícito le espanta las moscas, le rasca la panza y le soba los huevos.
Valiente y heróico se siente el ratón principal jalándole los bigotes a la rata y a la fiera porque está seguro que el gato cabrón lo protege. Hasta sueña que de esa manera lo van a jubilar con un gran canasto repleto de maizotes. Tan coloquial él, que se da el lujo de hablarle tronado y florido al felino con sus palabrotas. Y hasta cree que, si el gato se apendeja, le andará quitando la cama y la pareja.
En sus inevitables noches de insomnio y de angustia suele pensar sudoroso que el peor de sus posibles escenarios futuros es que se lo trague el gato de un solo bocado. Así estaría siempre en él. Protegido por él.
Lo que no sabe el ratón gordo y principal es que el gato no quiere ni soporta a los ratones. Menos si son maricones. En el peor sentido de la mariconada. Los aborrece por ratones, por subordinados, por sobahuevos y por traidores. Lo que no sabe el ratón gordo es que no lo están cebando para comérselo: el gato no come carne de puerco ni cualquier cosa que se alimente con maíz. Le dan nauseas esas marranadas aunque sean en ratones. Asco y asquito.
Lo que no sabe el ratón principal (y debería saberlo) es que al gato le gusta engordarlos con maíz para que agarren vuelo y creencia. Para que hagan el sucio y divertido trabajo de jalarle los bigotes y picarle la cola a sus enemigos. A los enemigos del gato. Hasta que terminen la chamba, hasta que dejen de ser útiles, hasta que lo harten. Para luego, empezando por el rey de los ratones pusilánimes, despanzurrarlos a patadas hasta que suelten el olor hediondo de todo lo que se tragaron. Para exhibirlos por apestosos y traidores, andando luego a echarlos a las fieras y a las ratas para el desquite. Lo hace para que a los ratoncitos no se les olvide quién es el que manda.

Fin de la nota y de los comentarios al margen. Aquí no habrá rebelión en la granja. Ni en la ratonera. Los ratones pusilánimes seguirán ingenuos detrás del principal. Jalándole los bigotes a la rata y a la fiera. Hasta el final. Hasta la burla y el desprecio del gato. Donde, destripados, el basurero los espera.



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