¿Socialismo o Barbarie?

¡Ya estamos en la barbarie! Hace mucho tiempo que nos metimos y no hay señales creíbles de que vayamos a salir. Tal vez siempre hemos estado en ella. Sobrevive el planeta con ella. Se mueve a pesar de ella. ¿Gracias a ella?

La expectativa más reciente de la humanidad para sacudírsela estaba en un orden diferente, el socialismo. Pero el socialismo que conocimos fincó su poder sobre la barbarie. Aunque se las arregló, mientras estuvo ahí, para no dejar de ser la esperanza. Por una parte porque se las arreglaba para mostrarle al mundo la supuesta e idílica forma de vida que le daba igualdad y felicidad a sus ciudadanos, ambas fingidas, mientras que escondía bajo la alfombra la basura y la mierda de sus barbaridades y de sus crímenes. Por la otra, se mantuvo la esperanza en el socialismo porque sus detractores desde su misma cancha lograron convencernos durante un largo rato que el suceso era que no se correspondían teoría y práctica. Que eso que estábamos viendo no era el socialismo. El único. Que vendría su próximo advenimiento cuando los malos pseudosocialistas fueran desplazados por los buenos. Por todos. Por los trabajadores. Por los desposeídos igualitarios. Los verdaderos.

Estuvimos un siglo con la expectativa del socialismo. Desde el último tercio del XIX hasta casi los últimos días del XX.  El que puede ser considerado el siglo largo, contraste y complemento del corto de Hobsbawm. Pero el socialismo se fue. No está más. A pesar de los discursos de poder popular de los cubanos, venezolanos y otros latinoamericanos. Y cuando nos quedamos solos siguió la barbarie. Sólo de un color pero sigue siendo la barbarie. Desnuda.

Es difícil y no viene al caso hacer un recuento con datos. Pero sus efectos se cuentas por millones. Lo impersonal y sutil que de todas maneras nos rebota a diario es el ecosidio del planeta. Ya está aquí. No es un cuento. Todos lo notamos aunque hagamos mutis agarrándonos desesperados de lo que aún sirve. ¿Y nuestros hijos? Lo mismo.

Pero también está el impacto inmediato de los millones de desplazados, los desarraigados. El trabajo esclavo en minas, actividades peligrosas, manufacturas, fabricas y talleres clandestinos. Cómo si la acumulación primitiva siguiera. Cómo si nunca hubiera terminado. Será eterna. La pobreza y la miseria acumulada en la mayoría que no accede ni a lo básico. Es cosa de revisar los números. La llamada trata de blancas, esclavización de mujeres y hombres para la prostitución internacional organizada. El tráfico de niños y la pederastia. La pornografía globalizada. Y el destazadero quirúrgico para la compra venta de órganos humanos.

Vileza para mal vivir. Reclutamiento forzado de jóvenes, mujeres y niños para ir a matarse en guerras de interés ajeno. Violaciones masivas. Armas de todo tipo y calibre que brotan por donde sea, como plantitas silvestres en la pradera porque “nadie sabe” de dónde salieron, cómo y por qué, empuñadas y disparadas por millones de manos de todos colores contra carne cruda de todos colores. Agréguenle  el “motivador” psíquico y neurológico para tan destacada actividad, de esos tantos millones y otros más, provocada por las toneladas de psicotrópicos, drogas y estupefacientes que circulan alegres como Juan por su planeta. Se combaten y se combaten pero no se acaban, no se acaban.

Países con más de la mitad de sus economías controladas, fluyendo como capitales, materias primas, manufacturas, productos elaborados, inversiones financieras, alta tecnología y sudor humano, por parte del llamado crimen organizado. De ese tamaño es su capacidad de esconderse a la vista de todos. De ese tamaño la ceguera.

No hay dilema.

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