Transición serena

Habrás visto alguna vez la redondez de la tranquilidad. La que puede despeñarte hacia la locura. La más traicionera. Noble y elegante. Frustrante. Fruta deseable. Veneno dulce y sutil. De queso y de crema. No es la luna grande cuando anochece. Tampoco la del amanecer. Aunque parece un disparo al aire es más sigilosa que eso. Persevera. Como una agüita de manantial picando suave sobre la piedra. Puede ejecutar un crimen pasional cuando ya se ha quitado la cubierta de seda. Redondez suave. Mordisqueable. Amenazante y seductora como la hoja de acero más afilada y brillante. Redondez para el amor. Para el rencor y el odio. Para penetrarla con la daga que no está. Con la del deseo que no tiene permiso. Con el punzón que tiene dificultad para atravesar tenue la cordillera. Redondez tersa propicia para disfrutar el peor de los pecados. El mejor. Para la veneración. Para el desorden. Desfallecer sobre redondo y sin aliento para luego pretender revivir. Falta oxígeno. Sonreír amargado y tierno. Indisoluble. Cruzar la calle y seguir, seguir, con un solo aroma. Con el vaho de la espesa y mojada hierba. Esa redondez única. Redondez desbordante. Sobriedad insoportable. Amenaza prometedora que la define. La de ella. Hay diferentes rutas para transitar desde la redondez hasta la garganta. Senda libre. Voluntaria. Un movimiento en falso y estará muerta.


Comentarios

Entradas populares de este blog

México ante la necesidad de un Nuevo Orden Mundial

Sobre el dinosaurio camaleón

No hubo “corcholatas”