Dejad que los cadáveres se bronceen

Gritar a los policías acalorados, en los momentos en que se afanan revisando las evidencias y recogiendo los despojos, que dejen que los cadáveres se bronceen puede resultarles una ofensa. Lo es, pero se aguantan. 
Así va esta novela entre la ironía, la sorna y el desparpajo. La violencia:
La bala del 22 hizo un pequeño agujero en la tela. La detonación fue apenas más impresionante que el chasquido de un látigo. Una corneja protestó en el valle...  Frase de entrada.
No se por qué la tenía arrinconada en el estante de los pendientes muy retrasados. En el olvido. Me la estaba perdiendo.
Habiendo leído anteriormente Un montón de huesos, confirmo ahora la calidad muy clásica del francés J.P. Manchette en esta su primera y ágil novela de los años setenta (1971), trabajada mano a mano con Jean Pierre Bastid, escritor y relizador también francés, nacido en 1937. Se considera que con esta obra los autores anunciaron el advenimiento de una revolución en las novela negra francesa. Juicio que al correr del tiempo parece justificado.
Directo al ritmo, a la acción y a las balas. Sin miramientos ni contemplaciones. El caso lo es todo y lo que viene al caso es sobrevivir.  Si ha de correr sangre mejor que sea la ajena. Porque aquí no hay sesudos detectives ni héroes. Sólo ladrones nada sofisticados, artistas borrachines fracasados y policías malogrados. Si acaso un abogado metido a involuntario matón que se orina en los pantalones. Huéspedes colectivos de una mujer que se revienta de fiesta con la locura de todos, la embriaguez propia y las desgracias ajenas ...y al hombre que se descuida lo encuera. Todo ello en un espacio casi cerrado: guerra de posiciones en dónde toda pared es trinchera. Al que se asome le vuelan la cabeza. Juego de estrategias. Al final (como suele suceder) no hay  mucho por hacer. Tal vez correr para guarecerse de las agresiones de la naturaleza. Las visitas pierden, la anfitriona se divierte y, estrictamente, nadie gana. Todo por la monserga de 250 kilos de oro que algunos se están robando.
Con una voluntariosa ayuda policíaca formidable:
-Lárgate, aquí no te necesitamos.
El idiota del pueblo le sonrió al cabo.
-¡Necesitan a mi perro! -pregonó- ¡Necesitan a mi perro! ¡Es un perro policía! ¿No ve que tiene el revólver debajo de la barriga?

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sobre el dinosaurio camaleón

México ante la necesidad de un Nuevo Orden Mundial

No hubo “corcholatas”