Nadie me verá llorar

1938. Dorothy Hale cae desde el piso 16 de su edificio en New York con poses de suicidio. La perdedora y su frustración por serlo. Un año después Frida Khalo lo refleja en una pintura. La mujer pintada muerta se parece a Frida. No extraña. Todas las mujeres en las pinturas de Frida son a su semejanza. Sobre todo si no conoce a la retratada. Frida no conoció a Dorothy. La pintura fue hecha por encargo de una amiga común. Le pidieron que hiciera un retrato para expiar las culpas de la amiga y para honrar un recuerdo familiar pero Frida, fiel a sí misma y causando el desconcierto y la furia de su patrocinadora, entregó un retablo para eternizar la crisis emocional de Dorothy y su tragedia. ¡Ah!, Frida, ese abominable monstruo de las perturbaciones. Me la encuentro con semejante imagen adornando la portada de este libro. No se qué hace ahí el retablo de Dorothy suicida pero me gusta. Yo tan anti Frida. A pesar de eso tengo la convicción de que, sin ser una alusión directa al texto, la representación al libro le queda. 

De los derrotados y las perdedoras se cuentan las mejores historias. Desde ellos surgen las más conmovedoras epopeyas. Son motivo para que se erijan adoratorios y nichos sagrados. Dan vida eterna a los héroes nacionales. Estampitas. Sólo es cuestión de rescatarlos del anonimato y traerlos desde el olvido. Cuando se puede. No siempre. También hay perdedoras y derrotados. Simplemente. 

Son las vidas de los que viven por aparte. Por fuera de la dinámica nacional. Al margen de los acontecimientos que trascienden, de los que se hacen los libros, sobre los que se cuentan muchas cosas. Todas las cosas: la Historia Nacional. En este caso la revolución. ¡Nada menos que la Revolución Mexicana!. Historia patria que aquí no es, que pasa de ladito, de día y de noche. Las balas van y se estampan en otra parte, en otros cuerpos, salpicando otra sangre. "Aquí no hay nadie que lamente lo que somos". 

El fotógrafo morfinómano y metiche enredado con la internada: exprostituta, parlanchina, deschavetada. ¿Es ésta una crónica detallada de la locura, de la pérdida de la razón? Dejémoslo en el reflejo detallado de la razón múltiple. Todo depende detrás de qué cristal se mira. ¿Cómo se convierte uno en una loca? Así mismo como se convierte uno en un fotógrafo de putas. Igualito. Así nomás, mi estimado, en la vida.

Están al margen pero dejan de ser anónimos. De alguna manera serán nombrados, de alguna forma se llaman. Y eso no es cualquier cosa: "Todas las equivocaciones empiezan por un nombre". 

Nadie me verá llorar aunque el llanto inunde las ilusiones a raudales. Cristina Rivera Garza y su gran capacidad para decir las cosas. Para contarlas. Para escudriñar los temas de la mente. Las emociones y sus cadencias. De manera diferente. De buena manera. Una mujer que escribe para taladrarme los sesos. No lo sabe pero como si lo supiera. Estoy con ésta apenas en la segunda de su basta obra pero ya se instaló aquí conmigo, como si me lo platicara todos los días. Aunque no le importe. 

Y ya entrados en letras nacionales sobre prostitutas es monumental la crítica mordaz y nada velada hacia la popular novela de principios del Veinte titulada "Santa" y a su creador Federico Gamboa. Igual que Matilda Burgos y su matrona se deben haber burlado las putas ilustradas de la época. Y si no lo hicieron, debieron.

Di un brinco cuando las meretrices pidieron que la palabra "delirio" fuera eliminada de los diccionarios. Nada más porque la novela de Cristina Rivera Garza es anterior a la de Laura Restrepo, misma que lleva ese nombre, no se puede decir que sea una alusión directa. Pero personalmente me resulta un detalle significativo dado que ésta última también trata de manera excelente el complejo tema de las perturbaciones emocionales y de la mente. Afortunadamente delirio se mantuvo en los tumbaburros y yo puedo volver, por alusiones, a la novela de Doña Laura. Porque igual me sigo con lo que siga de Doña Cristina.

(Nadie me verá llorar. Cristina Rivera Garza, Maxi Tusquets Editores, México, 2008 (1a edición 1997))


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