Al volante

Repentinamente se detuvo un vehículo a mi lado, en sentido contrario. Un auto elegante y amplio, gris plata. Costoso. La ventanilla del conductor, frente a mí, con el vidrio polarizado. Cerrado. El sistema eléctrico bajó el cristal apenas lo suficiente para que pudiera escuchar la voz, que resultó femenina, pero ronca.  Aceitada: "Soy algo así como una puta de la elegancia. Tu compañera costosa. La más cara. Estoy a tu servicio para quitarte las ganas".
Quedé inmóvil por razón desconocida. Impávido. Seguramente la sorpresa. El poste de concreto me impedía ver cualquier imagen que de esa ventana emergiera. Sonó la carcajada. Fue entonces que lo supe.
¿Lorenia?
Así debía terminar el encuentro mental con la mayor de las excitaciones. Un recuerdo, una visita inexplicable como todas, como un sueño cualquiera. Pero antes de poder despertar se puso en marcha el auto con el vidrio totalmente abierto por lo que alcancé a ver su cabellera rubia. La carcajada quedó flotando en el aire. Sonaba gruesa.
No sé por qué llegó, pero en estos casos nunca se sabe el por qué. Igual se fue. Voló volando hasta que dio con su muro, con su estrella. 
Cuán maldosa es la mente Lorenia.


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