De las colinas al mar

Bajó desde las colinas hasta la mar. La más transparente. Llegó con las espuelas puestas. "La mar" como decía la abuela. ¿De qué tamaño es la mar, vieja? No lo sé ni tengo idea, no la conozco, ¡Pero si siempre hablas de ella!, Como también hablo del pecado original, mijo: para que no se nos peguen sus estragos; para que no vuelva.

Aunque sospecho que ese si lo conoces vieja, ahora nomás lo piensas, ¿qué te queda?. Dicen que la mar está más allá del infierno, llena de candela, y como yo soy beata vieja mijo, mejor no me acerco a los fuegos ni aunque sean artificiales; no por las tentaciones que ya no me desvelan, sino porque, quien quita, hasta santa me entierran. ¡Qué santa ni que mi abuela!, el paraíso no se gana acumulando fichas con la vejez; ni santa será mi madre. Padre cualquiera.

Bajó a escondidas hasta la mar después de días de insomnio, de mal comer y de saltear la guerra. Con las espuelas, siempre con ellas. Hasta dar de frente con la novedad de que la mar era un caballero. Un galán vestido de azul, cautivador y traicionero. El mar que no se parece al río. Millones de veces el río pero no sirve para saciar la sed del caminante; sabe a purga y lastima al estómago vacío. Estos deben ser, bien dice la abuela, los linderos del infierno.

¿Será por eso que se van en tren desde aquí y para las colinas los diablitos esos, los tatuados, pegados como arañas a los techos y a las escaleras? Huérfanos trampositos; carnes para el mal; víctimas y victimarios.

¿Que tiene el mar que mejor respiro?

Tiene ganas de llorar. Abandonaste el rancho y a la mujer; te gusta polvear. Se agobia con tus espuelas. Hacen juego con la ropa vaquera... y con el cuerno de chivo. ¿Así pretendes nadar? Acércate, terminarás encobijado. Te quiere arropar con las sábanas que te corresponden: las del abismo.

Diablitos van, diablitos vienen: la matadera. De las colinas al mar, sin horizonte la chamaquera.

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