Asesino


De una colección de novela policial publicada por Plaza & Janes justo a la mitad de los años ochentas.  Me agencié una buena parte de los títulos, los 19 o 20 primeros. Todos ellos resultado de un concurso que realizó la editorial. No sé cuantos fueron en total. Ahora, como las incandescentes llamas del superhéroe necesitado de dar calor, vienen a mí desde el cajón de las esperas.

El número uno de la serie es, desde luego, para el primer premio: Asesino (Mankiller en el original) de Collin Wilcox. Título seco, sin mayores búsquedas, quemaduras de sesos ni refinamientos. Novela sorprendente. Sobre todo por ser tan fiel al ritual del género caracterizado por las finas descripciones: desmenuzado al detalle de las condiciones de los lugares, la atmosfera del entorno, las características de las cosas, los movimientos y las acciones de los personajes, sus emociones y sentimientos. Precisión en los diálogos, las negociaciones y los interrogatorios. Esgrima de inteligencias. Sin faltar las consabidas frases puntillosas cargadas de ironía e, incluso, de posicionamiento social. En todo eso es sensacional.

Me vencen las ganas de transcribir algunas muestras.

Así creyó ver el teniente Hastings, al acercarse, el lugar al que se dirigían:

El edificio era un enorme monolito victoriano de tres plantas, totalmente de madera, probablemente con cinco habitaciones en cada piso. Originariamente debía de haber sido espléndido. Unas columnas sujetaban un pórtico clásico. Las largas y estrechas ventanas, con la parte superior en forma de arco, estaban enmarcadas por capiteles de madera labrada. La enorme puerta central era de roble, con incrustaciones de hierro emplomado. Una balconada rodeaba el techo de la mansión con una reja forjada, como si fuera primoroso encaje, rodeando la pequeña cúpula octagonal.

Para constatar inmediatamente, al llegar, las condiciones reales en que se encontraba:

Pero varias de las ventanas estaban entabladas, sólo unos pocos fragmentos del emplomado de la puerta quedaban enteros, y el resto era una chapa de madera. De las seis columnas que originalmente soportaban el pórtico, quedaban cuatro en pie, dos de las cuales estaban en estado precario. Faltaban varias de las cornisas y las que quedaban estaban a punto de caer. En el interior de la cúpula había nidos de palomas. Tramos enteros de la reja habían desaparecido y el resto estaba oxidado. Media docena de decrépitos coches estaban aparcados en los ángulos del camino.

Y como eso, las detalladas descripciones de la fisonomía de los personajes.

En medio de condiciones naturales ajenas, el mismo Hastings, teniente de la policía y narrador de la historia en primera persona, se permite reflexionar sobre sus virtudes profesionales y sus propias limitaciones al momento preciso de ponerse en acción y al acecho del sospechoso más importante:

Salí del camino y me abrí paso entre los matorrales y malas hierbas que crecían espesas y enmarañadas entre los eucaliptos que nos rodeaban. El cielo sin estrellas estaba cubierto por una espesa niebla, que había llegado desde el océano durante las horas del crepúsculo. Sobre mi cabeza, soplaba un viento frío entre el follaje de los árboles, agitando las hojas con un sonido seco y quebradizo como de papel rasgado. No había dado más que una docena de pasos cuando los árboles y la maleza me envolvieron. Estaba solo, separado de Canelli. De repente sentí un vacío en el estómago, un estremecimiento de miedo. Yo era un policía de asfalto, mis instintos estaban entrenados para sobrevivir en la ciudad. Era un cazador profesional y había aprendido a rastrear pistas en callejones y portales oscuros y en hediondas madrigueras que albergaban a mi presa.
Pero aquí, rodeado por árboles tan frondosos como los de un bosque, me sentía desprovisto de algo esencial. El viento en las hojas de los eucaliptos confundían las señales que pódían protegerme del peligro.

Y por la boca de otro policía se queja el escritor:

Me parece que escribir es como actuar… Por cada actor que obtiene un millón por película, hay cientos que se tienen que conformar con las migajas. Y desde luego, no tiene nada que ver con el talento. Es cuestión de lo que el público paga por ver, o por leer.

Una historia que empieza con el entuerto de un amor en veremos entre dos veteranos desencantados del amor y que termina, amorosa, en la cama…  del hospital. Un crimen que resolver, desde luego. Uno que se transforma en dos para terminar en tres. ¿Estarán relacionados? Entonces surge algo que parece un artificio que va a descomponer la novela: un vidente. Y lo que es peor, una secta. Algo que los manualitos para escribir en el género recomiendan evitar. Sin embargo, la intriga se sostiene, aunque es posible apuntar con anticipación la identidad del culpable. Identidad que hay que confirmar pero, sobre todo, llegar al final para ver cómo se resuelve la trama. A pesar de la brigada antidisturbios, peliculesca salvadora, en la última hora, de los desventurados policías en desventaja, no decepciona.

(Asesino, Collin Wilcox, Plaza & Janes Policial, No.1, México, 1985)


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