El no debate que yo vi


Lujos de la democracia. Después de revisar encabezados periodísticos, crónicas, columnas, comentarios en redes sociales, etc., puedo apreciar que, en el de ayer, cada quien vio el debate de candidatos presidenciales que quiso y, desde luego, al “ganador” de su preferencia.

Por eso aquí apunto lo que yo vi. Mi debate:

Respaldado, uno, en el proceso ascendente en las preferencias electorales y en las movilizaciones sociales que siente lo respaldan y, el otro, en las tendencias favorables que persistentemente le dan las encuestas publicadas, López Obrador y Peña Nieto asumieron, cada uno, la actitud de candidato puntero, tratando de administrar su ventaja, sin tocarse mutuamente, evadiendo los ataques más comprometedores y riesgosos emitidos por Vázquez Mota así como los intentos de Quadri por fijar los temas,  contestando de manera prudente y ligera sólo aquellos señalamientos directos que consideraron pertinentes. Nada más. El resto de su tiempo lo ocuparon en presentar sus propuestas, cada quien a su manera. Ambos impusieron la dinámica del no debate.

Cabe aclarar que no tiene sentido incorporar aquí, como ya lo sugieren algunos comentarios, el método conspirativo para explicar los hechos, el sospechosismo, según el cual habría un acuerdo previo entre ambos. Los acontecimientos lo desmienten. En particular, nada ganaría AMLO, en una dinámica creciente de las preferencias, dejando vivo a Peña en un debate visto por millones de potenciales votantes. Ambos jugaron a que fuera Josefina, como ya se vio, quien se encargara del otro. Era la que estaba obligada.

EPN no tenía nada para ganar debatiendo y si mucho que perder en caso de equivocarse, de ser cuestionado sin defensa certera o de dar mala imagen. En términos generales nada de eso sucedió. Por eso los priístas creen que “ganaron” cuando, a lo mucho, andarán quedando tablas (independientemente del abusivo manejo mediático que hacen para sostener una imagen pública inventada en las entidades que controlan con la prensa que tienen subordinada. Véase Quintana Roo como uno de los peores y más ridículos ejemplos). El problema con el que, al final, tuvo que lidiar Peña Nieto es que no proyectó credibilidad al querer presentarse como el factor del cambio. El intento por desmarcarse del PRD y el PAN, argumentando que en algunos lugares han hecho alianzas contra su partido y, por tanto, él es el diferente fue muy frágil y sin contenido. Casi pasó inadvertido. Aunque tampoco los ataques que recibió de la panista parecen haberle hecho mella. Nada que quedara en el imaginario colectivo. Si el debate no le representa ningún efecto electoral directo, ni para bien ni para mal, será su ganancia.

En una frecuencia parecida, AMLO tampoco cayó en la polémica a la que invitaba Josefina, aunque en algunos momentos pareció desaprovechar la entrada que le daba Quadri hacia los temas de los derechos y las libertades, propios de la agenda de la izquierda hoy día, mismos que forman parte de las políticas aplicadas desde el GDF. Se encuadró, con sus variaciones, en el tema eje de su campaña: resolver primero los problemas básicos del país, principalmente la pobreza, y después vemos todo lo demás. Ese discurso, aunque simplifica, llega. AMLO parece haber sido quien mejor entendió el enredado formato del debate, adaptándose rápido al mismo. Y creo que logró el objetivo fundamental de trazar las diferencias, pintando su raya, haciendo ver que en esta competencia solamente hay dos opciones: la del cambio verdadero que él representa (frase que ha sido uno de los mejores aciertos de la campaña) y todos los demás, que son más de lo mismo. Creo que ese fue el nudo crítico que los otros candidatos no pudieron desenredar a pesar de los intentos de Josefina por mostrarlo como la cara vieja del PRI. El golpe certero de AMLO al final fue convocar al voto útil de las bases priístas y panistas, lo cual pudiera acarrear las ganancias de la noche.

JVM trató de hacer la tarea pero al final no pudo. Ya fuera porque el formato no lo facilitaba, porque sus adversarios no entraron en su juego o porque el personaje no da para el empuje, la intención de polemizar para tomar distancia, desmarcarse y fijar una postura y una imagen fuertes para revertir su caída en el tercer lugar de las preferencias se quedó a medias.  Quedó a medio camino como la rijosa y pendenciara a pesar de los golpes certeros, sobre todo a Peña Nieto (yo esperaba que se le fuera encima con mayor agresividad a AMLO), mismos que en otras condiciones pudieron haber tenido éxito. Eso se explica porque no comprendió la tendencia del no debate ni supo adaptarse en el camino. Por ejemplo, nunca reclamó por respuestas no recibidas a temas importantes. Ni se dirigió a las cámaras (al público) para denunciarlo. Se quedó anclada en su provocación ignorada sin que los cuestionamientos enlazaran con el interés de la audiencia (que es la ausente que más interesa). De acuerdo a la expectativa y a la oportunidad que se le presentaba, me parece que Josefina es la gran perdedora de la noche. Su mismo jefe político, Calderón, así debe haberlo sufrido dado que se sintió empujado a dar por ella las opiniones y respuestas vía redes sociales y en tiempo real. La última oportunidad de recomponerse la perdió Josefina al cerrar con “aquí estamos representadas cuatro opciones…” desmontando con eso su propio argumento, insistido a lo largo del debate, de que EPN y AMLO representan el nuevo y el viejo PRI y Quadri a la familia de Elba Esther, siendo ella la diferente. Se le fue, a pesar de que AMLO ya había hecho su propia polarización.

Esa es la partida que les gano a todos, el candidato de las izquierdas, poniendo la contienda real solo entre dos. Ahora irá la candidata contra corriente y Calderón habrá de hacer algo más que ayudarle por medio del twitter: intensificar la guerra sucia y las medidas espectaculares de gobierno.

Hay quienes dicen que Gabriel Quadri estaba pensando de manera seria en treparse hasta el tercer lugar. No lo creo. A lo más que podía aspirar era a rescatar un par de puntos en un esquema seguramente calculado por Elba Esther de esperar a que la elección se cierre y poder entrar con fuerza en la negocia futura con una representación del 5% o más. Tampoco el candidato hizo la tarea. Llevaba claros los temas que podían ser de interés para alguno de los otros tres participantes, (derechos ciudadanos, unión gay, criminalización de las mujeres por aborto, reformas estructurales y política internacional) pero no supo qué hacer con ellos. El emplazamiento a que los demás fijaran posición sobre sus temas derivó en reiteradas y ridículas súplicas de que le contestaran “por favor, por favor”, hasta lograr que de plano ya no le hicieran caso. Oportunidad desperdiciada.

Así resumo lo que vi del debate. No percibo si tendrá repercusiones electorales directas.  Ya los sondeos y encuestas serias dirán si este tipo de ejercicio público sirve para impactar en los indecisos y, eventualmente, para modificar algunas preferencias o si solamente es un escaparate nacional que proyecta parte de la personalidad y de las propuestas de los participantes. Limitaciones de nuestra democracia.


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