El enredo de los estrategas


Los estrategas del poder regularmente realizan sus previsiones y propuestas políticas calculando los movimientos de las “fichas activas”, también denominados “actores políticos”,  conociendo sus características y márgenes de acción, con un alto grado de presunción y con los controles necesarios para atemperar los posibles riesgos de la incertidumbre.

Así se diseñó lo que sería el nuevo paradigma electoral para México: los capitales proponen y disponen, los partidos lo ponen, los medios de comunicación lo sobre-exponen y los electores se lo comen.

Según ese esquema, el factor más importante de riesgo podría ser neutralizado: al conflictivo AMLO sería apabullado con votos. Ganarle con una diferencia incuestionable de tal manera que cualquier protesta posterior pareciera una necedad más y con eso terminar de aislarlo socialmente. El pataleo entraba dentro de los escenarios calculados y el rezongón de siempre pagaría los costos. Era “previsible” diría Calderón. El gobierno se pone.

Pero hay una variable que los estrategas nunca pueden calcular: la reacción social. Y mucho menos predecir de dónde, cuándo y cómo puede brotar.

Historia enseña. Suele suceder que la reacción social surge de una “nada” que nadie vio que se estaba incubando. Así fue una vez más, ahora con los estudiantes (una vez más). Una reacción anticipada al resultado electoral. Una reacción al manejo vulgar y grosero de la manipulación mediática que atentaba contra la inteligencia.

Lo que ha venido después es complementario: la confirmación del uso excesivo y abuso de los recursos comprando una elección y vistiéndola con el ropaje de una democracia tan exquisita que ya tenía el resultado anticipado. Un golpe de Estado suave, mediático, con el control de tiempos y movimientos.

Un golpe que, sin embargo, necesitaba de los votos abultados y reales para justificarse. Entonces fue que se les fugó el pequeño detalle: los que votan son de carne y hueso. Necesitaban ser “convencidos”, inducidos y trasladado. En algún lugar tenían que cobrar, comer o canjear las tarjetas. De quererlas invisibles, las evidencias del derroche y de la manipulación se hicieron desbordantes, desde antes del día mismo de las elecciones.

No estamos, entonces, ante una protesta postelectoral; ante el enojo por haber “perdido”. Ni siquiera el tema fundamental es el conteo de los sufragios, el voto por voto, aunque el proceso legal de esclarecimiento deberá recorrer todas las instancias.

El tema importante es cómo llegaron los votos a las urnas. Lo que la gente está poniendo en las calles es un reclamo de legalidad sí, pero sobre todo de legitimidad (cosa que los priístas parecen menospreciar por la forma en que se comportan en sus gobiernos locales). Un gobierno que no es legítimo no es digno. Peña ya debe haberle preguntado a Calderón. Lo que está en juego es mucho más que la limpieza electoral, la división de poderes y el respeto a la legalidad. Es el régimen mismo: la autoridad moral para gobernar basándose el engaño.

Eso es lo que tiene confundidos y sin respuestas a los jilgueros y a los agoreros de la democracia teledirigida. Le han ido bajando a la intensidad y al volumen frente a las evidencias y a la estrategia que se les ha puesto enfrente. Quisieran a AMLO encabezando las marchas y cerrando las calles: desgañitarse contra el desestabilizador. Lo tienen, en cambio, en las instancias legales y en su propio terreno: las redes sociales y los medios de comunicación. Poniendo a dudar y convenciendo a los que se dejaron llevar por el vuelo de gaviota de las televisoras. O por la necesidad.

En la calle continúa la gente indignada. Descubrieron el truco del ilusionista. Los voceros que se atreven a seguir con el guión atrofiado insisten en pedir destemplados “que ya reconozca el resultado, que ya acepte que perdió”. Como decirle a la gente que se vaya a su casa resignada por haber sido insultada. Sin embargo… se mueve y parece que irá subiendo de tono.

Si ahora los estrategas del poder real quieren desactivar el movimiento, que de juvenil se ha ido tornando social, sólo ganando tiempo y apostando al cansancio se van a volver a equivocar. Si optan por aplastarlo en aras del orden y la estabilidad, pondrán al país en el recibidor del infierno. La solución al problema que generaron no será fácil. Lo que está claro es que la imposición en frío de su modelito está descartada.

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