El Partido Católico Nacional y sus directores

Subtitula: Explicación de su fracaso y deslinde de responsabilidades.

Un libro escrito desde el terreno y en el momento. El autor deja su testimonio como protagonista directo de los hechos entre 1911 y 1914. De la caída de Porfirio Díaz, el contradictorio y trágico maderismo hasta el cuartelazo y el efímero, pero muy dañino, régimen del usurpador Huerta. En ese contexto surge el Partido Católico y vive sus momentos más intensos. Momentos de tormenta que, de acuerdo al autor, el Partido no sabe entender ni actuar en consecuencia. Debut y despedida. Un pasaje de la vida política nacional poco conocido.

Eduardo J. Correa era un hombre de letras. Las ejercía en el periodismo y eso permite que su testimonio sea un nítido análisis con la carga inevitable impresa por un actor de los hechos. Director del periódico oficial del Partido Católico, El Nacional, y legislador federal partícipe del Congreso que conoció de la renuncia de Díaz y del acceso al poder de Madero; de la renuncia forzada del mismo y de la mascarada que unge de legalidad a Huerta; de la renuncia de éste último bajo la presión revolucionaria. Un católico maderista que traspira esencia de demócrata a lo largo de todo el texto. Amigo personal del escritor y poeta Ramón López Velarde con quien comparte la militancia católica.

Las diferenciaciones ideológicas de entonces no se expresaban entre derechas e izquierdas como actualmente. Eran los tiempos que arrastraban resabios de las contiendas de liberales vs conservadores pero la vertiente católica de pensamiento trata de tomar distancia de ambos a partir del principio de la acción social derivado de la encíclica papal Rerum Novarum, punto de partida de lo que a partir de entonces se denominará en el mundo como Democracia Cristiana.

Al abandono y traición de esos principios por parte de los "prohombres" del Partido Católico Nacional le adjudica Correa el fracaso del proyecto partidista. Al error de haber utilizado abiertamente el nombre confesional, lo que ahuyentó participaciones y ayudas directas. A la simulación de la jerarquía católica y de los católicos de las clases pudientes. Pero sobre todo a las veleidades ambiciosas por obtener posiciones de poder inmediato y a las imprecisiones y tibiezas políticas de sus directivos que dejaron a los católicos en medio de los restauradores porfiristas, reyistas y huertistas por un lado y de los revolucionaros anticlericales por el otro. Fustigados y crucificados por ambos los católicos se quedaron sin espacio legítimo para su vida partidista.

Sus preocupaciones más importantes: los revolucionarios masones (los del mandil) y los judíos emboscados con sus negocios ¡hasta entre los católicos! Los juaristas, esos odiosos juaristas.

El texto fue escrito en 1914 y el autor decidió guardarlo en sus silenciosos cajones (para no balconear a nadie en ese momento, diría)  hasta que se decidió a hacerlo en 1939. La edición en mis manos, primera del Fondo de Cultura Económica, es de 1991. En algunas notas de pié de página, agregadas previo a su publicación, el dedo flamígero católico fustiga reiteradamente a los gobiernos revolucionarios como males peores a lo que vivió el país con el porfiriato y con Huerta. Para entonces ya habría concluido la Guerra Cristera.

Jean Meyer, el historiador de la Cristiada, reconoce en el prólogo que este material lo obligaba a rectificar una apreciación equivocada incluida en su obra original, según la cual los católicos no habrían dado razón fundada para que el constitucionalismo de Carranza los atacara y persiguiera como sucedió. El texto demuestra que los católicos representativos y militantes dieron, voluntaria o involuntariamente, razones de sobra.

Queda, finalmente, muy claro que esa fugaz experiencia de organización política en la primera y agitada década del siglo pasado habrá de ser la incubadora de lo que vendría en calidad de conflicto directo en la década siguiente. Ya aparecen prominentes nombres que después serán de primer nivel, como el del zacatecano Rafael Ceniceros y Villarreal posteriormente principalísimo promotor y dirigente de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa. Y ya está también en el Partido el lema que después será de la Liga: "Dios, Patria y Libertad".

Las raíces profundas de un soterrado conflicto de intereses, de poder y de conciencias.

(El Partido Católico Nacional y sus directores, Eduardo J. Correa, FCE, México, 1991)

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