Readaptación de los cuerpos

Aquella mañana nublada amaneció con la determinación absoluta de quien no desea claudicar: decidió exponerse al riesgoso ejercicio de la readaptación de los cuerpos. 
Para contemporizar tendría que cambiar de acople y de nombre.
A partir de ahora se llamaría igual que su bisabuelo paterno; un hombre conservador, ilustrado, cascarrabias y vigoroso. El que nunca dejaba nada pendiente ni cuentas por cobrar; el desconocido y abandonado por la familia: Deseo. El apellido predominante que llevaría sería el mismo de su mamá, el suyo, el aportado involuntariamente por su madre violenta: Amor. Pasaba al olvido consecuente y eterno aquel que había sido su padre. Si es que alguna vez lo había sabido.
La readaptación de los cuerpos. Peligro. Para el caso la Nena le vendría bien porque era de materia etérea y sin compromisos. Si desaparecía en el intento no tendría por qué dar aviso. Era atrabancada, atrevida, fanática de los deportes extremos, insistía sin rogar y siempre sabía encontrar la broca fina para taladrarle el cerebro. Sin agobio y sin dejar de estar. Decolorada y sin peso.
La readaptación de los cuerpos podría ser la recompensa. Lo que entonces no se sabía era quién sería la presa. Si acaso eran los dos, no quedarían ni los huesos.

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