Ojos creyentes


Un torrente de poderosa entereza cayó sobre mis párpados. Se desperezan y desafían al viento. Aletean juguetones como las batientes de una mariposa en desesperada huída. Evadiendo su frenético movimiento, sorteando la obstrucción de las pestañas, chispean los destellos de una luz imprecisa, ámbar nublado, ojo adentro. Poco a poco, el fragor del estímulo ígneo es irradiante, ilumina la pupila y aviva las carnosidades. El iris se contrae pausado cómo llenándose de credulidad. Convenciéndose. Se diluyen las nebulosas. Se disuelven los espectros fantasmales. Se enfoca la imagen. Ahora te veo.

-¡Aquí estás!

Silencio.

-¿No eres tú?

Silencio.

Lo descubro. Lo entiendo. Es la imaginación que se mezcla mezquina con el sueño a ojo abierto. La ilusión y el deseo. La mente susurrando mordaz con su juego traicionero. Es la imagen inmóvil de una mosca gigante que me vigila con su infinidad de miradas, con sus patas azul brillante y su panza anaranjada.

-Vemos lo que creemos.

Silencio.

-¿Dónde estás?

Silencio.

No tengo opción. Cierro los ojos de nuevo. Les pegan muy fuerte de frente las ráfagas de la tormenta.



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