Revueltas de vuelta


La muerte estaba ahí, blanca, en la silla, con su rostro. El aire de campanas con fiebre, de penetrantes inyecciones, del alcohol quemado y arsénico, movíase como la llama de una vela con los golpes de aquella respiración última –y tan tierna, tan querida- que se oía. Que se oía: de un lado para otro, de uno a otro rincón, del mosquitero a las sábanas, del quinqué opaco a la vidriera gris, como un péndulo. La muerte estaba ahí en la silla.



¿Por qué me acuerdo de los Cronopios de Cortázar, de su Rayuela y no de El Luto Humano de Revueltas? No lo sé por más que intento. Recuerdo que fue una lectura obligada de la prepa. Una lectura de aquellas que pasaban por los clásicos griegos, los hispanos y por los latinos y los mexicanos que nos arraigaban en un intenso mundo cambiante al que había que salir a conquistar. Tuvimos quien nos lo enseñara. Lo hube leído pues, de eso estoy cierto, El Luto Humano al igual que Los Muros de Agua y Los Días Terrenales. Mas de José Revueltas puedo rememorar mejor El Apando (y la película desde luego) o el inevitable Ensayo sobre un Proletariado sin Cabeza, o sea, su expresión más denunciante y política.

Veo ahora nuevamente El Luto Humano y me provoca una sensación extraña: una escritura que me resulta familiar, muy cerca de mi gustos, pero a la vez ajena, como si nueva. La historia no la reconozco. La fuerza narrativa me impacta. Veo que en aquel entonces no podía haber comprendido la dimensión de su escritura. Apreciaba más el mensaje de los escritores rebeldes que su forma de darlo (aquellos maestros, sobre todo Sonia, nos obligaban a esforzarnos en el análisis de los contenidos y sus interpretaciones) ¡Y no recuerdo si en esta novela hubo algún mensaje! Ni siquiera recuerdo la historia.

Para empezar, el libro así empieza, ahí está la descripción de la muerte a la espera que he puesto arriba. Sigo la lectura y aquello es una explosión de palabras y letras. Revueltas está de vuelta. Renovado.

Vi y escuché a José Revueltas sólo una vez y fue en aquella misma época. Debió ser 1971. La universidad estaba tomada por un movimiento estudiantil que reclamaba reformas académicas y organizativas y exigía la salida de un Rector autoritario y represivo. Así lo veíamos. En compensación a la falta de clases el movimiento trataba de allegarse, por sus propias vías, de la nueva información del mundo y de la contracultura. El 68 estaba fresco y algo nuevo circulaba en el universo que no pasaba por nuestras aulas ni por los centros formales de cultura. Así supimos, por ejemplo, del cine de Bergman, Pasolini, Costa-Gabras, Fellini, Truffaut, Buñuel y Saura. Las corrientes de pensamiento brincaban de las catacumbas a nuestras manos sorteando los resabios porfirianos y los controles burocráticos del oficialismo priísta postrevolucionario. Así nos llegaron las lecturas viejas y nuevas que nos eran ajenas: Franz Fanon, Eduardo Galeano, Nietzsche y Jalil Gibrán entre muchos. Los surrealistas y la generación Beat, incluso.

Así conocimos en vivo a nuestros héroes inmediatos y contemporáneos de las letras: a Revueltas, a Poniatowska, a Monsiváis, a Gilly, a González de Alba; guerreros de la pluma y de la calle. Algunos recién desempacados de la estancia en la cárcel por sus ideas. Eran la expresión máxima de inspiración y rebeldía contra un régimen de mierda. La apertura hacia una nueva era que nos tenía que dar cabida. No estuvieron con nosotros en el tiempo acotado que marcaba la chicharra para los horarios de clase; estuvieron en el desordenado tropel que permitía el tiempo libre de la revuelta.

¡Revueltas va a estar en la UniSon, raza! ¿Revueltas, quién es ese? ¿Cómo quien? El escritor, el de Los Días Terrenales. Será Revueltas el revoltoso, comunistoide, porque dicen que está preso político por lo del 68. Ya lo soltaron. ¡Chingón! vamos a verlo. Es un alcohólico, dicen. ¡Mejor! yo se las disparo mientras hable. Alguien un poco más informado habría dicho confundido: pero si Revueltas es un músico ¿qué no?. ¡Cuál músico, güey, éste escribe! No se equivocaba: Revueltas, músico importante en nuestra historia, pero no Pepe sino su hermano Silvestre. La mayoría hasta entonces lo ignorábamos.

Las conferencias de aquellos personajes nunca tuvieron un espacio suficiente que las contuviera: la audiencia desbordaba. Un descuido de llegar a la mera hora y ya no entrabas. A veces un altavoz sanaba un poco la circunstancia pero el invitado quedaba fuera de la vista. Gusto a medias. José Revueltas no fue la excepción. Lo recuerdo. Con su barbita pinta de chivo a la Ho Chi Minh y la expresión adusta infundía el respeto de una autoridad ilustre; como las fotografías de los escritores y los revolucionarios rusos. A la distancia, detrás de las gafas con sus aros cuadrados y gruesos, habitaba una mirada imposible que bien podría provocar miedo. Las palabras: un incendio. Lo recuerdo. No las recuerdo.

En plan de tertulia fuimos convocados más tarde los líderes estudiantiles a una reunión privada, ¡con Pepe Revueltas! Creo que los más chavos no alcanzábamos a comprender y entender cabalmente todo lo que aquello significaba; más bien admirábamos lo que nos sucedía. Era mi caso. La imagen que me queda. Revueltas de cerca parecía diferente al de las fotos y la conferencia: un ser humano mundano. Todos usábamos el cabello largo, él también. En una mano el cigarro y en la otra el vaso. La barbita se movía incesante; su boca gustaba del tabaco, del trago y de la palabra. Hablaba y hablaba. Preguntaba. Detrás de los gruesos lentes una mirada más bien jovial que daba confianza; inquisidora cuando se detenía para fijar una idea o una imagen; juguetona dejándose admirar por los jóvenes. Y por las jóvenes, claro. Mirada que seguramente se regodeaba no solo del ego (que lo habrá tenido) sino de saber que el esfuerzo y la lucha amarga cosechaba en aquella nueva generación ávida de cambios que iba viendo al recorrer las escuelas y las universidades del país. Fue la única vez que lo vi. Con eso me quedo. Tal vez la Miliza, que tiene mejor memoria para los detalles, recuerde quienes estábamos, que se dijo ahí y hasta qué y cuántas se tomó el maestro.

Me digo cuarenta años después: si el PRI se medio fue tantito y está de regreso, tiene también que regresar su alter ego. Tienen que estar aquí sus más lúcidos y fervorosos críticos. Los que pueden ayudar a poner más en claro, a nosotros mismos y a las nuevas generaciones, a las nuevas de ahora, que hay tareas pendientes no consumadas. Que las cosas no pueden volver a ser como eran pero tampoco que se les parezcan. Por respeto a los que expusieron el pellejo, a nosotros mismos -que andamos con los cambios a medias- y, sobre todo, por los que vienen. Releerlos. Interpretarlos a la luz de lo nuevo. Buscar si hay un fondo que no vimos.

Yo me topé de nuevo con El Luto Humano. Como que lo acabo de conocer. Por ahí me sigo.

Revueltas está de vuelta. 


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