Urgidos de ausencia


Cosas. Cositas minuciosas. Fatalidad que converge siniestra con otros azares. Sumando y trashumando se desenganchan los eslabones más vulnerables. Demenciales. Cadena de pendientes, colgantes, aretes de orejas ardientes. Cadena de arrastre rellena de magros deseos. Supremos desastres. Demenciales.

¿Por qué tantos y tantas se empeñan en desenchufarse, la víspera, las palpitaciones primarias?

Vía rápida del cuerpo celeste: la mano propia para cumplirse el deseo. Magro desaseo. Capitulación desesperada. Destierro. Liberar el encierro.

Fatalidad bañada en aroma de azahares. Ganar la jugada a los intermediarios molestos. Fatalidad inmediata extraída de las entrañas de la fatalidad universal. La inconmensurable. La ingrata.

¿Por qué no como los otros? ¿Por qué no esperar a que llegue? ¿Por qué no buscar, si se quiere, a toda carrera detrás de una metralleta, dentro de un saco de polvo o sumergidos en un barril de cerveza?

Será por lo que no es. Aspiraciones intensas como prometidas y persistentes como negadas. Será por correr libres y desaforados, aunque sea en reversa, para burlar a la guasa que espera de malas y a gatas el amanecer que nunca llega. Ilusiones cegadas.

¿Por qué tanta urgencia?

Mil explicaciones intermitentes se prenden y apagan como luciérnagas. Imprecisas. Inciertas. Ninguna respuesta. Será como sea. Lo cierto es que al cierre final, fin de temporada, nunca esperan. Una vez que alguien toma la decisión no hay nada que lo detenga.

Será como es. El último reducto que nadie arrebata. Cada quien dueño de su despertar y de volver a dormir toda la pieza.


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