Bitácora


El Amigo del Tiempo, al corroborar la bitácora, quedó paralizado del habla, trabada la visión elástica y por poco se le va la oxigenada al identificar, en el cronómetro del mal, las señales inequívocas de la igualada. Aquellas jornadas de hipocresía capital coincidían en el tiempo, de manera más que exacta, con el momento preciso en que la radio tocaba en parsimonia La Hora del Hipócrita.

Sabía de la programación, las letras, la tonada, y el ritmo siniestro y pegajosos de las rolas, tocadas al sonsonete de un tambor, repetitivo enjambre de ruidos destinados a marear y confundir al actor involuntario de la farsa.

Las risas burlonas, sordas y huecas, tronaban en los corredores, en cualquier habitación, en el andador y en las calles chuecas y anguladas. Las evidencias de la hipocresía danzaban libres y frescas haciéndose valer como si fueran casualidades de la nada.

Bello espectáculo es el que no se ve pero que se imagina. Se escucha a lo lejos su eco. Clarea a la distancia. Todo se sabe iluminado cuando el recorrido del hilo encaja. Las coincidencias diacrónicas del tiempo.

El Amigo del Tiempo no lo quería creer, pero para esos casos siempre tiene un truco básico que ayuda a resolver la encrucijada: la revisión minuciosa de la bitácora.

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