El cuarto oscuro


El personaje que nos cuenta su historia se llama Rilke pero no es el poeta ni tampoco compone versos. Punto de partida.  En la contratapa del libro el comentario final que pretende estimular la lectura de esta novela dice que “Rilke debería convertirse en el Philip Marlowe de nuestro tiempo” (Delphine Heitz, Le Magazine Littéraire) y si uno lee esto antes de adentrarse en el texto entonces debe suponer que estamos ante un renovado agente detectivesco borrascoso, el más típico de la novela negra, trasladado a las calles escocesas en el inicio del nuevo siglo. Pero tampoco es eso. Rilke es un maduro mercader de antigüedades, negociante de compra-venta, subastador profesional, metido por metiche a resolver el caso de un aparente crimen anticuado, empujado por sus propias obsesiones y por lo que cree que es una agresión a los límites de su moral, ya bastante elástica.  Porque lo que si comparte este Rilke con Marlowe es ser un personaje turbio, de dudosas luces y muchas sombras. Disparejo. Humano.

“No es la tos lo que te lleva a la tumba, sino el féretro en que te conducen.”

La autora, Louise Welsh, pasó mucho tiempo en la escuela de Historia y en una tienda de libros clásicos y antiguos, desbordándose después en una obra literaria que parece ser interesante por lo que de ella se escribe, obra que incluye a ésta, su primera novela, en donde los libros, las artes y la vida mundana juegan un papel importante. En medio de una actividad dedicada a revisar el pasado y las antigüedades se muestra vigorosa como una mujer con una visualización muy moderna de su mundo. Escritura directa, sin velos y sin requiebros morales, con buenos modales para expresarlo. Una visión ensanchada de la vida en donde todo es lo que parece, hasta lo que no suele ser público y socialmente correcto, porque la vida real es lo que es más lo que parece. La vida agitada y desdoblada de hoy, tan compleja como siempre y tan fuera del clóset como nunca. Vida que no se esconde.

“Yo era demasiado mayor para llamar a aquello amor a primera vista, pero tenía todos los síntomas. Muchos han muerto por amor, han mentido y estafado, han abandonado a aquellos que a su vez los amaban. El amor ha dado con la puerta en las narices a fortunas, ha convertido a héroes en malvados y a libertinos en héroes. Ha corrompido, y curado, y pervertido. El amor es el remedio, la melodía, el veneno y el dolor. El apetito, el antídoto, la fiebre y el sabor. El amor mata. El amor cura. El amor es una amenaza mortal. Sí, pero es divertido mientras dura. El mundo se estremeció sobre su eje, y volvió luego a girar como de costumbre, convertido en un lugar más prometedor.”

Optimista para la compleja condición de los protagonistas que son seres mortales plenos. Excéntricos y marginales cuyas vidas no son de miel y melaza. Mucho menos de cursilería. Pletóricos de cuarteaduras en las que casi todo cabe, se filtra. Siempre dispuestos a transgredir los límites convencionales hasta que topan con sus propios bordes más íntimos, morales, capaces de escandalizarse y de sufrir por los excesos ajenos. No todos. Como todo. Como siempre.

“Mi cuerpo parecía el depósito de un muerto. Podía pensar y fumar, pero estaba vacío de sentimientos. Dentro no había nada. Bajo mi piel inerte había un esqueleto envuelto en sangre y vísceras. Yo poseía todos los órganos internos requeridos, pero el espíritu estaba ausente. Tuve ganas de aplastar la punta encendida del porro contra mi brazo, para cauterizar la desesperación en un acto doloroso concreto.”

Un crimen supuesto, plasmado por el arte y enmarcado en erotismo extremo, desencadena toda la trama. Habrá algún otro intento y un enjambre de erotismo no convencional y vida paralela, descritos con excelencia, de los propios personajes. Si no es catalogada como novela erótica destaca por sus destellos. Erotismo explícito al más puro estilo modernista, es decir, el que ha existido siempre pero del que suele hablarse en voz baja y escribirse en letra discreta. Aquí la letra es directa.

Como estímulo introductorio para el capítulo El gusano en el capullo la autora desliza suavemente los versos necesarios de un soneto de Rimbaud y Verlaine:

Oscuro y fruncido como un clavel violeta
Respira humildemente escondido entre el musgo
húmedo del amor que desciende la suave pendiente
de blancas nalgas hasta su orlado borde.

Es el guiño provocador de la idea para enterarte de qué va y acudas presto y ensebado tras de ella.

(El cuarto oscuro, Louise Welsh, Ed. Anagrama, Panorama de Narrativas, Barcelona, 2004)

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