Racista en el estadio


Estaban un par de paisanos, muy paisanos nuestros, morenos de piel con rasgos típicos y característicos del sur de México, de cualquiera de nuestros sures: Guerrero, Chiapas, Oaxaca o Veracruz, tal vez de Morelos o chilangos, acompañados por una tercia de jóvenes mujeres con características similares, muy paisanas nuestras pues,  echándose unos tragos, sentados uno al lado del otro, con una bandera entre las pierna -estandarte de su equipo preferido- y uno de ellos pegando de gritos como desaforado cada vez que la mirada detrás de los lentes cuadrados le decía que era la ocasión adecuada.

“¡No la vayan a cagar, güeyes!”, “¡La están cagando pinches defensas!”, “¡La hiciste bien, cabrón pero la cagaste!”, ”¡Abusados!”, “¡Sáquenlas de ahí!”, “¡La cagan!” y así…

La risa colectiva de los alrededores decía que seguramente, en la banca, los asientos para los jugadores habrían de ser letrinas, con tanta defecación.

Es la tribuna del estadio de futbol del Atlante. Cancún. Los locales de Lavolpe juegan entre semana, la noche de un mero miércoles, penúltima fecha de la insufrible Copa MX, contra el Club Pachuca, los muchachos de Hugo Sánchez. Los dos directores técnicos se aborrecen mutuamente con fervor. Se dice que se odian y, para evidenciarlo, Lavolpe decide no presentarse en la chancha: manda por delante a Duilio Davino. Si el juego no da para mucho, los gritos espantan al sueño. Habremos de estar cuando mucho unos tres mil espectadores, la absoluta mayoría con boleto regalado. De cortesía. Sólo así. La tal Copa no está funcionando, en ninguna plaza, como taquilla.

Entonces el gritón, aparente atlantista de corazón (eso parece por sus gritos y la bandera), le sube al tono eufórico de su graciosidad escatológica y la desborda al terreno de los colores. En una jugada de fuerza le espeta a un jugador morenazo del equipo contrario:

“¡Pinche negro pendejo, por eso nadie los quiere!”.

¿Perdón?. Silencio en los alrededores. Sorpresa. No es mucha la diferencia entre los colores de tez del que grita y el que hace su chamba en la cancha. “Ya estarás, racista, la cagas”, le dice alguien por ahí en un tono cuidadoso (aquí cada quien grita lo que quiere). El gritón ni voltea ni contesta, pero le baja a la intensidad de su diarrea verbal. El equipo local empieza a perder en una jugada fortuita y con un jugador menos. Así terminará el marcador. El tipo hace como que se encabrona y se larga con su cola de acompañantes mudos, antes de que termine el juego.

Ahora resulta que un wey que pudo haber trabajado en el lado norteamericano sintiendo el rigor de la discriminación racial se da ínfulas de excluyente en pleno territorio de piel oscura. Está claro que el despectivo rechazo racial, el racismo, no sabe de matices en los tonos del color de la piel de los humanos. Desclasamiento social y desubicación cultural. Es un problema, obviamente, del cerebro. De abrir la boca sin saber usarlo.

Pinches fanáticos pendejos, cabeza hueca. Por eso yo no los quiero. 


                     

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