El drama Moreira no es el de la nación


El drama sonoro de los Moreira es el drama cada vez menos silenciado del país. Es el mismo pero no es igual. El drama de todos está distorsionado por los medios y el poder aunque cada vez más se niega a permanecer oculto y despreciado.

Los medios informativos y un país se han cimbrado por el condenable asesinato del joven José Eduardo. La esposa de éste, Lucero, reaccionó iracunda contra el gobernador de Coahuila: “No sabes gobernar!!! Esto es tu culpa maldito!!!! Renuncia”: un reclamo al tío Rubén quien en campaña electoral gritaba arrogante por las calles: “de la seguridad me encargo yo”.

Mientras que el controvertido Humberto, padre del acribillado, reconoce que ahora tiene en casa a una de las víctima de la desestructuración del Estado mexicano, de la cirrosis que aqueja al tejido social, de esa locura que han llamado “guerra”: “Mi hijo viene a ser uno de los muertos de esta guerra, de los miles de muertos”.

Un drama familiar proyectado en su intensidad, a todas horas, para hacerlo parecer como si  fuera el drama de todos. Pero no es así. No es igual al de los otros. Los demás muertos en este drama de violencia incontrolable, todos los demás, son hijos y familiares de alguien que también sufre. Alguien que igualmente tiene nombre y sus propias razones para vivir pero que no proyecta sus lágrimas en la pantalla. El drama oculto. El verdadero drama de todos. El de todos los días.

Afortunadamente el cinismo y la desmemoria no alcanzan a contagiar a la sociedad completa. Entre tantas reacciones, visibles hoy gracias a las redes sociales, encontré una decía: “Devastado miro a Humberto Moreira. Como hace poco vi a una amiga. Como muchos han visto a otros tantos. Es la guerra de Felipe Calderón

El dolor se democratiza en medio de una “guerra” absurda y peligrosa, pero la justicia sigue siendo selectiva. En el tratamiento de cada drama hay discriminación y exclusión. En este caso se habrá de aplicar la justicia de las élites. Mientras, allá en la calle, la absoluta mayoría de los asesinatos siguen sin aclararse. El discurso oficial se tranquiliza embolsándolos como “ajuste de cuentas entre bandas”. Según ese parámetro si a alguien lo matan a la mala es porque en algo malo andaba.

Ese tratamiento desigual provoca más encono. Confusiones. Resentimiento e impotencia. Comentarios agrios y hasta burlas. No se justifican pero se entienden. Ahora se conocen porque existen las redes y por ahí se exteriorizan. Antes solo se rumiaban para sí mismos o en el entorno propio al calor de una botella o del humo que envenena. La muerte nos empareja como individuos pero la mayoría de los muertos los pone la raza. Sin honores.

Una denuncia contundente se refleja en la siguiente imagen dramática esta sí, dantesca:



¿Es puro resentimiento social?

No lo creo. No "puro", pero algo hay de eso.




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