Guerra interna, guerra ajena, guerra perdida

Tengo la sensación de estar parado en medio del desastre.

La expectativa de atestiguar el fortalecimiento de un proyecto político local de izquierda tiende rápidamente a transformarse en la crónica que anuncia el desmantelamiento de la ilusión por la vía del suicidio colectivo. Dicho mejor: se advierte una matanza mutua sin causa noble. La plaza está siendo asediada por el enemigo común pero no habrá defensa compartida. La refriega misma es entrega voluntaria. No será la inmolación de Mazada.

Entre los macabros rituales de la venganza y las lúdicas danzas de la vanidad ya zumban las flechas envenenadas y truenan los premonitorios hachazos. Los capitanes de banda han lanzado la bengala: señal de ataque. Al mudo grito protector de sus respectivos y particulares intereses creados vociferan amenazas y velan armas más letales. No tardarán en crujir los primeros huesos. Guerra de las peores. Guerra interna.

Contienda fratricida que hace el caldo gordo para los bucaneros de la fragata de enfrente. Para los que asedian. Caldo cocinado, tal vez, para surtir un pedido y hasta con porte pagado. ¿Quién lo sabe? Difícil aún identificar entre los vapores la identidad del cocinero que habrá de ponerse la medallita.

¿Cómo, así, involucrarse? Esta es una guerra ajena aunque sea batalla campal en la nave de la que soy pasajero. No he sido invitado a saborear las mieles del trayecto como para aceptar tragarme las hieles del mareo a la deriva con una daga en la frente. Las miradas turbias de primera clase se regodean despectivas: me han visto como polizonte. A pesar de ello, la política me llega como un arrebato que ensordece. Me ensordece más aún porque todavía se puede. Se nubla la tranquilidad pero no para desvirtuar la vista ni las luces de la mente. Menos para husmear aturdido entre los rincones. La parte activa deberá ser diferente.

Los peones de tropa, confundidos se aprestan. ¿Qué no éramos de los mismos? Pues sí pero no: hoy combatientes de nóminas distintas. No todos se han dado cuenta de la gravedad de la circunstancia. Sólo los más precoces y suspicaces aventureros se aprestan para tirarse al agua: ya escogen su salvavidas. Un auténtico sálvese quien pueda espera detrás de la cortina de humo que han dejado las luces de arranque. Guerra perdida.

Por método de análisis, sobre todo en circunstancias críticas como las actuales, hasta las casualidades deben interpretarse como causales. Qué decir de las señales: la política es lo que es más lo que parece. ¿Quién sabe, por ejemplo, si ya se pusieron de acuerdo los almirantes? Si no es así, habrán de hacerlo. Previsible. Sucede con más frecuencia de lo que se supone.

No debe haber, entonces, duda de lo que sigue.


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