La señal Moreira
La señal Moreira indica que los equilibrios de una guerra absurda,
pero hasta ahora política, económica y socialmente administrable, se han roto y
se ha rebasado el límite de lo reversible.
Y es que el controvertido
Humberto Moreira reconoce que ahora tiene personalmente, con el asesinato de su
hijo José Eduardo, a una de las víctima de la desestructuración del Estado
mexicano, de la cirrosis que aqueja al tejido social, de esa locura que han
llamado “guerra”: “Mi hijo viene a ser uno de los muertos de esta guerra, de
los miles de muertos”.
Desestructuración, cirrosis y
locura que ellos mismos han consentido como gobernantes y como grupo de poder.
Me refiero a los gobiernos locales del PRI en connivencia con el federal del
PAN. Decidieron jugar a una guerra donde –creyeron- no se ensuciarían las manos.
El miedo social es negocio. Una guerra que habían podido administrar con beneficios
políticos y económicos mientras no se acercara a los “linderos de la clase
política” -diría Jesús Zambrano-. Pero la línea ha sido cruzada. Reconocer, contando con ese nivel de poder central y de responsabilidad nacional, que se tienen bajas en
una guerra es dar por hecho que se forma parte de ella, voluntariamente o no.
Una guerra imprecisa, sin causas
justificadas aparentes y sin bandos identificables; con trincheras flexibles y
móviles. Muchos de los combatientes aparecen un día de un lado y al siguiente
en otro. Al tercero, ejecutados. El único blanco definido y vulnerable de esta
desestructuración violenta es el Estado, como ente aglutinador de la sociedad
organizada. Sus instituciones, sus representantes y sus personeros están siendo
directamente atacados, comprometidos, agredidos o doblegados.
¿Qué otra cosa, si no, es este
asesinato a todas luces premeditado? ¿Qué otra cosa, si no, es la humillación, difundida
en cadena nacional, infringida al Presidente Municipal de Teloloapan, Guerrero?
¿Necesitamos ver a un gobernador o al Presidente de la República recibiendo órdenes
de las armas criminales para entender de lo que se trata?
¿Por qué difundió ese video Televisa?
¿Para exhibir a un funcionario municipal llegado por el PRD o por cómplice
interesada en fomentar el miedo y la descomposición nacional?
Estamos ante la expropiación,
cada vez más impune, del poder formal e institucional del Estado -el que da
paz, garantías sociales, seguridad y estabilidad-, hacia las manos de los
poderes informales -o fácticos- que cuentan con el predominio del dinero, el monopolio
de la información y la capacidad creciente de fuego para imponer su violencia.
La señal Moreira nos puede estar diciendo que la llegada del PRI al
poder central no será factor decisivo y único para resolver esta condición de
desarticulación. Tal vez al contrario. Que la “guerra” se le está yendo de
las manos a la clase política junto con el país.
De querer resolverla, no bastaría con tratar de detener las “frecuentes balaceras en la zona norte” de
Coahuila como pidió el propio Moreira. Su hermano gobierna. Ni siquiera se
cerraría la herida con la expedita aplicación de la justicia de las élites (que no es la misma para los demás).
Se requeriría de un arreglo
institucional nuevo. De un gran acuerdo o pacto nacional que restituya la
confianza, la legalidad, las responsabilidades y los compromisos. Un pacto
incluyente que se proponga rehabilitar el poder del Estado y acotar a los
poderes de facto. Pero se ve poco probable. PRI y PAN se han plegado totalmente
a éstos últimos. Peña Nieto llegó gracias a ellos. Calderón se va tranquilo
gracias a ellos. La forma unilateral y autoritaria como están queriendo imponer la reforma laboral y el resto de las llamadas reformas estructurales también lo indica. De ser así, el joven José Eduardo será una lamentable baja
más de esa guerra contra la institucionalidad en la que el clan al que pertenecía se esmera con ahínco. El drama
nacional seguiría. La señal Moreira será, entonces, una muy mala señal.
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