Entrega anunciada

La historia hay que contarla ahora, antes de que en su última parte suceda. Un contrasentido: la historia previsora.

No es para vanagloriarse o regodearse sino sólo para dejar en negro sobre blanco lo que va dictando la evidencia. Con el deseo sincero de equivocarme, pero los hechos van que dicen su propia verdad. Es necesario dejar constancia para luego cerrar definitivamente el tema, viendo pasar que las cosas ocurren. Nos rebasan cuando no hay posibilidades de influir en las decisiones o, cuando menos, en el pensamiento.

Al buen entendedor no le habrá de importar la retórica ni los giros de la palabra con que se le diga. Vez única. Después no habrá interés de seguir en la condición de voz crítica sobre un asunto como este so pena de parecer mercenario a los ojos de quienes con el criterio propio se irritan. Mucho menos vendrá al cuento hacer alarde de sabiduría a toro pasado, cuando todos digan: ya sabía, te lo dije.

Fue vista y prevista desde hace meses en que las señales fueron tomando su propia luz hasta convertirse en la película conocida y platicada: "habrá presión y arrinconamiento, errores de soberbia, traición interna, abandono a la suerte por parte de los poderes superiores, desaparición de apoyos, necesidad de salvar pellejo propio y finalmente la entrega".

Únicamente el autoaislamiento generado precisamente por la soberbia extrema no fue capaz de darse cuenta en su momento. A tiempo para corregirlo. El carnaval de falsa idolatría y la conveniencia de sacar ventaja inmediata por parte de los acólitos con cola hicieron sonar ensordecedoras sus campanas anunciando anticipadamente una supuesta batalla eternamente vencida. Cualquier advertencia era tomada como la nítida demostración de hacerle el juego a un enemigo que todavía no era en todo manifiesto. Imposible cualquier acercamiento con oídos abiertos, palabra única y respeto. La ceguera de la gloria pasajera. Grandeza autista que otorga generosa la inmortalidad del momento.

Pero no hay ofuscación con un poco de poder que dure hasta el final de la memoria. El torniquete aprieta. Los hechos prevenidos se van cumpliendo paso a paso: llegó la hora del silencio. De emprender el vuelo: lo que dura el brinco de la bodega y del cuarto de máquinas al agua. Los supuestos son hechos: soledad se asienta en el palacio.

Un proyecto más tirado por la borda. Un liderazgo prometedor y no cuajado: de los que emanan las mayores decepciones. Tener que volver a verlo: un fiasco. 

Cualquier intento de ingeniosa maniobra esta cerrado. El éxito de la simulación, totalmente cancelado. Voltear hacia otro territorio o equipo, tal como buscar refugio en el poder supremo no tiene trazo definido al horizonte.

La situación se apresta para algo así como pelear, pero esta ausente la causa para una acción heroica. No hay pertrechos para una batalla desigual. Los avituallamientos fueron preparados para tiempos de paz: para la borrachera de la danza y la verbena. Los posibles aliados hace mucho que fueron lanzados al olvido a punta de patadas. Tampoco hay comandante general que vaya a exponer valeroso el pecho al todo o nada.

¿Entonces, que le queda al chambelán abandonado en su propia fiesta? 

El consejo que la desesperación recomienda: la entrega de la plaza.

Para propios o extraños -ambos ya están confabulados ¿o tampoco se habían dado cuenta?-, pero será entrega.


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