Los rábanos

Se encargaron de cerrar y de enterrar el ciclo ascendente del partido y de la izquierda. Por eso no pueden hacer un balance de lo sucedido, por eso no pueden dar la cara: evidente que las cuentas a entregar les son adversas.

Se engolosinaron de soberbia. Creyeron que tenían comprada a la ciudad y desecharon acuerdos respetables, pactos de cúpula, menospreciaron a sus iguales (¿ya nadie los igualaba?) y desdeñaron escuchar a la gente que los seguía. No tomaron el pulso de la confusión social y del desgano.
No quisieron ver que el adversario podría ser más fuerte habiendo recuperado el gobierno federal y por lo tanto la unidad se imponía más que nunca. Pero no una unidad subordinada a sus caprichos (y ni siquiera esa pretendieron). Soberbia sobre soberbia, terminaron entregándose de la peor manera: esa que se desnuda en lo oscurito para salvar el pellejo, caiga quien caiga en la milpa de sus compadres. Serán, ingenuos, sus seguidores sinceros, sus creyentes confesos, sus subordinados, sus empleados, sus arribistas emboscados y sus mandaderos los que terminarán en la calle pagando la factura.


Le obsequiaron la bandera a la derecha: su casa verdadera. Con una vergonzosa alianza de facto le endosaron en blanco lo que creían suyo. Lo que ni suyo era. Regalaron el esfuerzo histórico de todos.

Desgraciaron las causas que les dieron cobijo con ufana alegría. Tal vez sin remedio en el tiempo de la medianía. ¿Cuantas botellas? ¿Cuántos viajes? ¿Cuánta pantomima?  No valen la pena: valen, temporal, lo que tengan debajo del colchón y en alguna cuenta.

Pero ahora, sin escrúpulos ni vergüenza, muy orondos, en el sigilo, pretenden encumbrar culpables al cadalso para encubrir sus propias calamidades, su incapacidad, su falta de liderazgo, su ausencia de moral y sus traiciones.

¿Con que autoridad moral, política o legal? ¡Con ninguna!

Ya veremos. Confiando en sus captores despertarán del sueño. La realidad los espera.



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