Lelos serían.

Los Hermanos Lelos eran una tercia de pirujos regenteando una banda de rock. Eran de lo más influyentes: los recomendaba de la mejor manera la prudencia bíblica de la vida loca. Las piedras que vendían no eran precisamente joyas, aunque los consumidores las llamaban maravillas. La banda sería secuestrada algún día por los rockeros más estridentes: la finalidad era eliminarla para que floreciera la competencia. Nunca pudieron.
Los Hermanos Lelos controlaban la circulación citadina de las rocas transparentes: demasiado turbias para ser diamantes en el anillo de la promesa de boda. Suficientes para poner un par en la cuchara ardiente y sonrojar los cachetes. Las píedras para las maravillas: ¡la maravilla redituable que son esas piedras en los dedos de las mayorías!
Los Hermanos Lelos no tocaban música pero la tarareaban de la misma manera. Eran un trío como Los Calavera. Calaveras enteras. Cuando salieron ilesos de la secuestrada fallida se hicieron novios de las novias de los rockeros estridentes que fueron derrotados en su cometido. Para que supieran lo que se sentía. Para guardar las apariencias. Los Hermanos Lelos eran una tercia de pirujos que a nada se comprometían. Ni siquiera con las mujeres. Menos con ellas. Las novias de sus ex novios se enamoraron nuevamente pero no de ellos sino de las piedras. Se sumaron por conveniencia a la banda de rock que tanto aborrecían.
Los rockeros estridentes siempre fracasaban: jamás grabarían. Unicamente las maravillas los alivianaban: para eso eran una manada inerte pisoteando el rock: las piedras por sobre todas las cosas. Piedras como sus cabezas: rellenas de la misma dureza para que resistan.
Los Hermanos Lelos lo sabían: ser pirujos no sería la garantía para la vida loca. Tendrían que madurar y renovarse. Jugar a ser padres de familia. Se lo propondrían a las nuevas novias aunque las piedras no sirvieran para una ofrenda de boda. Bueno... si servían. Serían útiles para que ellas aceptaran la propuesta más idiota sin darse cuenta de lo que hacían. ¡Cuanta valentía!
Las rocas son hermosas: para adorar su morfología. Cualquiera diría que una comparación entre los diamantes más puros, aunque sean sintéticos, y estas anatomías, no ofrecería dudas en las preferencias de los Hermanos Lelos y su compañía de seguidoras: para eso eran tres: para que en un disparejo todo lo difícil se decidiera. Dos no harían jamás una mayoría.
Los Hermanos Lelos son unos recabrones pirujos que no saben lo que eso significa. No han logrado averiguar quienes son ni hacia donde los lleva la vida. Llegaron juntos al mundo marcados por el imponente estigma del preservativo roto: nunca deseados. Fue la marca de su existencia: marginados. La exclusión la rompieron como lo hace cualquier banda que se respete de serlo: a pedradas. Por ello, de lo único que pueden estar seguros es que regentean una banda de rock y sus piedras no son las más puras. Pero aún así se las atascan por la nariz y el cogote y quieren tener familia.
Llamarlos los lelos lilos podría llevarlos a enfurecer al borde de la locura. Preferían que sus ofensores se atrevieran a llamar a las cosas por su nombre: trinca de idiotas putos deberían ser los fonemas, si no fuera porque aquello podría ser un insulto a la venta de carne viva. Lo era. ¿Putos o lenones? Nadie lo diría en voz alta nunca.
Son los Hermanos Lelos. Un trío de mariposas con maceta dura.


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