Los Súper Sabios no fueron una enseñanza

Tendré que marchar con mi ceguera a cuestas. No habré sabido ni una milésima del cúmulo de cosas que me esperaban al aterrizaje. Estuvieron ahí y se acumulaban. Siempre estaban. Ausente fui, perdido entre las caricias y los besos de la ignorancia. Esa que siempre al oído afirma: ¡no requieras saber porque nada te llevarás cuando te vayas!
¿Y los desafíos de la vida cómo se trabajan?
La disyuntiva siempre se pudo evadir con un abrazo estrangulador desde la mitad del cuerpo hacia la asfixia: la ingenuidad sincera de la vida práctica. ¿Para qué más, mi buen señor, si no habrá quien mejor que yo te quiera?
No sabré ni la mitad de lo que el espacio en mi equipaje abrió a las posibilidades: los libros están ahí; las fórmulas. Los cuadros y las viñetas. La música y sus tambores. Las ciudades y los callejones. Las rutas perdidas y los superconductores. La revuelta desordenada de las ideas y los lenguajes. La anatomía animal y las raíces de las plantas. Los astros y la selva. Tu desbordante. El fondo del mar y sus rarezas.
El beneplácito de lo que nunca sabré, se queda. Todo sigue ahí, bajo el árbol de la espera.


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