Temor sabía

La morsa se atragantó con la sopa de letras. Llovía.
El torrencial persistente debía aquilatar su nueva abundancia: la ansiosa necesidad de comer todos los días.
La sopa de letras sustituye con razón temporal a la carne caliente: la morsa lo entiende: es insuficiente para crujir las galletas y las servilletas: necesario utilizar los dientes.
La morsa controla los movimientos del vientre: se escuda tras una cortina de agua caliente. Paciente.
Llueve.
La morsa llora, entorna los ojos y admira el fondo de la botella doliente. Sufre. La suerte.
La prefiere vacía a que se la lleve la fuerza de la corriente.



Comentarios

Entradas populares de este blog

México ante la necesidad de un Nuevo Orden Mundial

Sobre el dinosaurio camaleón

No hubo “corcholatas”