Nación y reforma energética

En la iconografía de los cultos nacionalistas de otras épocas la expropiación petrolera y, en general, el control del Estado sobre la industria energética, formaron parte de la cúspide en el altar de las adoraciones cívicas.

Durante décadas la industria petrolera (principalmente la venta de crudo) fue el soporte fundamental de la economía del país y la conmemoración de la gesta cardenista fue el motivo de incendiarios discursos y rituales oficiales que permearon en la conciencia nacional y en el imaginario colectivo haciendo de aquel un acontecimiento heroico que consolido la identidad y el orgullo nacional de los mexicanos.

Más aún, la defensa del petróleo se convirtió en la causa que dio sentido y presencia nacional a las organizaciones políticas de la oposición de izquierda y fue la plataforma para el surgimiento de liderazgos que adquirieron dimensión nacional: de Heberto Castillo y sus incansables escritos y debates a Andrés López Obrador con la toma de los pozos petroleros en Tabasco, pasando, desde luego, por la formación del PRD y sus competitivas contiendas electorales de la mano del Ing. Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del venerado General expropiador.

El petróleo quedo, así, sellado como el valuarte de la nación y casi como su definición misma. Impensable, desde esa perspectiva, que ese santuario pudiera ser profanado, aún en palabra, sin que el país se incendiara, por decir lo menos.

Sin embargo, a instancias del gobierno federal, recientemente el Congreso nacional ha aprobado la llamada Reforma Energética considerada por sus detractores como regresiva y privatizadora, es decir, contraria al espíritu nacional que por décadas se ha enarbolado y defendido. Voces opositoras se han levantado en contra de este hecho tachándolo de traición a la patria, pero en una actitud pasiva, paciente y consentidora el grueso de la población ha dejado correr lo que ya parece un hecho consumado.

¿Hay un cambio profundo en la conciencia colectiva del país? ¿El vínculo ciudadano-nación se desvanece o es que las prioridades de la sociedad se han mudado hacia otros temas? ¿O será simplemente que han funcionado las intensas campañas publicitarias en medios de comunicación que aseguran que la reforma serán en beneficio del país y su gente?

Se pueden aventurar hipótesis para tratar de explicar semejante parálisis social frente al hecho histórico trascendente:

- La campaña publicitaria oficial tiene el éxito suficiente por lo menos para confundir y hacer dudar frente a las voces críticas que son acalladas y restringidas en los medios masivos de comunicación.

- La ciudadanía esta ocupada en sobrevivir y en cuidar su patrimonio. Frente a las dificultades económicas, la falta de empleo, el incremento de la pobreza  y la concomitante inseguridad, no sólo en las calles sino en los propios domicilios, la gente siente el tema del petróleo como algo que puede ser importante pero ajeno a sus preocupaciones diarias. Nada que induzca a sumarse a la protesta. Los efectos de la reforma no se perciben de manera directa ni en lo inmediato.

- Después de las calamitosas administraciones federales del PAN la población le mantiene alto el crédito al nuevo gobierno del PRI. El beneficio de la duda. Lo cual puede significar una considerable expectativa de que la situación general y personal mejore, pero también un factor futuro de decepción y crisis si ello no sucede.

- Estamos ante un cambio profundo en el ideario histórico nacional. Es decir, se habría incubado el las últimas décadas una transformación en el imaginario colectivo de los factores prioritarios que nos dan identidad como nación. Tendrían ahora más peso los elementos y acontecimientos culturales sobre los políticos, en el entendido de que incluso los primeros has sufrido una importante metamorfosis debido a la compenetración formativa e informativa de la globalidad mediática, especialmente los gustos, formas y costumbres provenientes de los Estados Unidos.

- Peor sería suponer que nos encontramos ante el resquebrajamiento de los cimientos y elementos que hasta ahora nos han abrigado en el concepto de nación. Un proceso de transición fragmentada donde conviven (a veces distorsionadas) las comunidades ancestrales con sus rasgos culturales regionales pero sin un paraguas conceptual colectivo, sin ideario unificado, con anquilosados hechos históricos como referencia y con nebulosos factores de orgullo impuestos por los medios de comunicación, especialmente las televisoras.

Hipótesis, al fin, que iremos descartando o confirmando con el devenir de los hechos. Veremos.

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