Su majestad se traiciona cuando se muerde la cola

Un virrey se puso a jugar al domador de fieras. Las controlo mientras se las amarraban, las contenían, las amordazaban. 
Pagaba con doblones de oro y plata para que suya y sólo suya fuera la fiesta.
Nadie volvió a saber de el desde aquel día en que el rey de los animales dio la orden de que se las soltaran. 
Se evaporo por delante de su gritería. Patitas como veletas. Las grandes ínfulas rodaban; desaparecían.
Todos sus lacayos, cabizbajos y en voz queda, lo traicionaron: "nos obligaba, nos obligaba"
¿Qué no, más bien, les pagaba?
"Nosotros no queríamos pero el hambre es muy canija y el nos la apaciguaba."
Se atragantaban, diría. 
Un virrey se puso a jugar a las canicas cuyas reglas desconocía. No soportaba la burla porque perdía. Ahora implora, implora, implora... para jugar a las escondidas.
Esconderse en un tragaluz oscuro, pero sin rejas.

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