Menos partido, más movimiento.

Los partidos políticos son, según la ley, entidades de interés público (con recursos económicos agregados) cuyo objetivo es obtener y ejercer el poder público mediante el apoyo de los ciudadanos. 
Suena bonito para una sociedad que quiera ser democrática. Y efectivamente, en el informe anual 2013 "La imagen de los países y sus democracias" elaborado por la Corporación Latinobarometro (www.latinobarometro.org) sobre la situación de la democracia en América Latina, se reconoce que los ciudadanos del subcontinente preferimos mayoritariamente a ese sistema de gobierno, la democracia, por sobre cualquier otra forma. Pero, ¿que creen?: de los 18 países encuestados, los mexicanos somos los que menos apoyamos a nuestra frágil democracia: apenas un 37% la apoya, por debajo de Guatemala que lo hace en 41% y muy contrastado con Venezuela, Argentina y Uruguay cuyas sociedades la apoyan en 87%, 73% y 71% respectivamente.

La razón se deriva de otros datos relevantes: la mala situación economía y la creciente inseguridad. Sólo el 19% percibe que México este progresando (contra 77, 69 y 51 por ciento en Ecuador, Panamá y Nicaragua, respectivamente). El 10% cree que tenemos "buena" situación económica mientras 57% lo cree en Ecuador y 47% en Uruguay. En resumen, el Informe identifica a México entre los tres países latinoamericanos con más dificultades, junto con Guatemala y Honduras. 

Es decir, la democracia que decimos tener no esta acompañada de mejores condiciones de vida y estabilidad para los ciudadanos. El  Informe precisa que "tenemos dos américas latinas, la que disfruta de los beneficios del crecimiento y la que mira como disfrutan los otros" y ubica a México en la segunda. 

Toda esta percepción ciudadana se manifiesta en los bajos niveles de participación a la hora de las elecciones: cuando mucho el 40% de quienes tienen credencial para votar se acercan a las urnas. En los recientes comicios locales de Quintana Roo de 2013 solamente asistió el 32% de los electores. Nada para andar festejando. Es un rechazo silencioso. La gente dice que quiere a la democracia en abstracto, si, pero en los hechos no la practica porque no siente que le sirva para algo. Siguiendo al Informe, sólo el 21% de los mexicanos se manifiesta "satisfecho" con la democracia contra, por ejemplo, el 82% que lo expresa en Uruguay. 

Más aún, y esto no es cualquier cosa, el Informe precisa que los mexicanos preferirían una democracia sin partidos políticos (45%) y sin Congreso Nacional (38%) significando, en ambos casos, el nivel más alto de los países encuestados. ¿Quiere eso decir que se privilegia la democracia directa, ciudadana, participativa? No está claro aunque, por los hechos, no parece ser el caso. Simplemente los mexicanos están hartos de las burocracias partidistas, de los legisladores y todo lo que les rodea. 

Este estado de ánimo lo refleja claramente el llamado Congreso Nacional Ciudadano (cuyo fundador, vocero, activista, organizador, ideólogo, conferencias y todo lo que se le parezca estuvo en Quintana Roo hace unos días) que propone vehementemente la desaparición de los partidos, así como de los Congresos y llama a la elaboración de una nueva Constitución hecha por sus propias "leones ciudadanos" reclutados entre tantos inconformes.

El problema con este tipo de arengas llamativas, muy elocuentes, que se concentran en cuestionar hechos reales sin precisar objetivos, es que son rutas confusas e inseguras hacia ninguna parte. Por lo menos hacia nada positivo. Pontificar con actitud individualista y en tono mesiánico ya es, en sí mismo, un acto sospechoso. La crítica incisiva, por válida que sea, (por más transparencia y cero corrupción por ejemplo) sin una propuesta realista para ejecutar de manera colectiva es, en el mejor de los casos, un salto al vacío y, en el peor, una aventura peligrosa, autoritaria, aunque pregone lo contrario. 

El asunto es encontrar una salida a la crisis de credibilidad ciudadana en el sistema, -crisis que el Informe mencionado evidencia- por medio de puentes institucional que repercutan en beneficios para la comunidad; aunque también se cambien a las instituciones. Algunos de esos puentes son ahora los llamados oficialmente partidos políticos. Si hubiera una propuesta clara para sustituirlos deberíamos intentarlo; pero no se pueden sustituir con la nada. Son los instrumentos que hasta ahora sirven en las democracias que sí funcionan. Pero para que sirvan, los partidos tienen que estar vigilados y controlados por los ciudadanos. Hacerlos propios y no dejarlos en manos de burócratas que hacen lo que les da la gana. En resumen deben ser menos partidos y más movimientos. Movimientos de participación ciudadana.

¿Suena descabellado? No lo creo. Ni que fuera descubrir el hilo negro. Lo peor es no intentarlo. Porque estoy seguro que asumiendo la responsabilidad ciudadana: de que podemos... ¡Podemos! 


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