Nuestro infierno

Nada justifica el ataque militar indiscriminado contra una población civil indefensa. La fuerza aérea contra la angustia impotente de una familia. El poder de la metralla contra el pecho de niños y niñas. Los misiles reventando en hospitales y escuelas. Dirían los pies de foto de las tantas imágenes que circulan que esa es la puerta trasera de entrada al infierno: Palestina.
Pero en la era del cinismo el mundo puede protestar y alzar la voz y, si quiere, decir misa, mientras el ejército israelí sigue la paliza.
Tenemos también, desde luego, la versión judía: no es invasión, es una guerra: los palestinos ponen a los niños como escudos y usan escuelas, templos y hospitales como arsenales de batalla. Sí todo eso es cierto, una versión y la otra, entonces el infierno, efectivamente, está domiciliado en la Tierra. 

¿Y nos tienen que llegar noticias desde lejos para inquietarnos con imágenes de violencia? 

La información que tenemos muy cerca y que a veces no queremos ver ni escuchar dice que en los primeros 18 meses del gobierno de Peña Nieto se habrían registrado en el país más de 16 mil ejecuciones. Así dicho: "ejecutados"; no muertos por diabetes o por dolor de muela. Aproximadamente 900 ejecutados por mes, que en términos estadísticos pueden ser menos o más que el sexenio pasado pero que en el mundo real son en promedio 30 vidas humanas cegadas a diario con abuso, ventaja y lujo de saña. 

"Baleados, decapitados, colgados, desmembrados, encajuelados, con tiro de gracia, con narcomensajes, incinerados, desechos en ácido y desenterrados de narco fosas..." Anotaba la revista electrónica Reporte Índigo en un especial sobre el tema en junio de 2012. "En total, 71,804 crímenes del primero de enero del 2007 al 30 de abril de 2012..." "...reporta el Sistema Nacional de Información en ese lapso". Promedio de poco más de mil ejecutados al mes en tiempos del panista. Seguimos por las mismas. La crisis de seguridad rebasa a los colores: muestra la debilidad del Estado y sus instituciones. 

Los datos, por sí solos, debieran ser suficientes para escandalizarnos. Aun más cuando de difunden libremente imágenes para dar cuenta de lo que sucede: fotos y vídeos de algunos de esos crímenes, al momento de ejecutarse, circulan en las redes sociales con singular alegría. 

La imagen comunicativa es lo de hoy. Esta bien. Pero la presunción en las redes sociales de la violencia cruda y sanguinaria resulta realmente perturbadora. Por lo que muestra y por lo que significa: hay un poder paralelo al Estado que se adjudica para sí el libre uso de la violencia y las armas. Presume de su impunidad. Escarmienta y advierte. Amenaza. 

Lo sorprendente es que esas imágenes tan sobrecogedoras no provoquen la misma indignación y sobresalto social que, por ejemplo, la destrucción y muerte que causa un misil en una ciudad de Medio Oriente. Como si no les prestáramos atención. Como si por ser hechos cercanos debiéramos integrarlos en lo nuestro cotidiano. Como sí tuviéramos que aceptarlos como parte de nuestros vicios privados: debajo de la alfombra. Con pudor y vergüenza. Cinismo, tal vez.






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