Esos que tanto ves...

Esos son. Se placean con orgullo. Difunden su imagen sonriente con tan costosa intensidad como si tuvieran algo para presumir. Como si no pasara nada. Como si los políticos y los gobernantes no estuvieran bajo sospecha, por decir lo menos. En la escala de valoración ciudadana la actividad política está en la lona, bajo cero, en calidad despreciable. No es para festejarlo pero así están las cosas y aquellos que se promueven, como si algo hubiera que agradecerles, se ven muy cómodos con esta situación.

Al PRI se le pasa la mano. No bien ha recuperado el poder central y ejerce afanosamente los recursos a su disposición y ya desliza nuevamente en la tentación de imponer sólo su voluntad y denostar toda opinión diferente, para no hablar de la persecución y la criminalización de la disidencia. ¿Qué necesidad tiene de acaparar y saturar la pauta mediática? Se metió solo, con obsesión, en una loca carrera electoral anticipada. Para qué, si no, el avasallamiento publicitario, -con evidente gasto excesivo-, a favor de sus obvios precandidatos a diputados federales.

Tanta publicidad ofensiva abona al crispamiento de la población contra los políticos y los partidos. Parece un ejercicio premeditado con el fin de inhibir la participación pública de la ciudadana en vez de motivarla.

En México la vida en comunidad ha sido puesta en riesgo por el abuso y la irresponsabilidad de una clase política que solo se ve a sí misma en el espejo o cuando mucho se asoma hacia el ombligo para regodearse de su privilegio y el de las élites a las que, en realidad, representan. Los demás que se las arreglen a su manera. Los términos de moda en las casas, las calles, los medios de comunicación y las escuelas son: crimen organizado, inseguridad, pobreza, corrupción, masacre, impunidad, violencia. Se dirá que no se puede generalizar; que hay excepciones. Cierto. Pero es innegable que el balance general de la vida pública nos arroja una condición reprobable; repugnante.

El desarreglo es de tal magnitud que, según las palabras del obispo Raúl Vera, "el Estado se convirtió en una institución criminal". Más allá de la precisión académica de los términos, la acusación es demoledora, triste, preocupante, amenazadora. Es la percepción desesperanzada de las personas. ¿A quién se puede acudir? ¿En quién se confía?

Nadie va a hacer por nosotros lo que no hagamos. La oportunidad -la obligación- esta puesta para que la ciudadanía tome en sus manos los asuntos públicos y trate de poner orden. Empezando por una purga. De otra manera el caos amenaza con extenderse, prolongarse y generar la condición más indeseable para cualquier sociedad: sálvese quien pueda.


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