Trueno perfecto

Los cerebros pueden asimilar lo único y majestuoso como eterno. No importan las condiciones de la conciencia. Aunque esté durmiendo. Los pobladores despertaron repentinamente, pasada la media noche, exaltados por el miedo.  El destructor de la tranquilidad había llegado para quedarse: todos lo habrán de recordar aunque no quieran. Amanecieron las cabezas con el cielo abierto en calidad de zombies, droguis, imbeciles involuntarios, sordos temporales.
El estruendo fue extraordinario, demoledor, seco, redondo, expansivo, negro. Sin los acordes premonitorios que se asemejan al desgarramiento interno previo a que se escapen los vapores intestinales. Único en su género.
Retumba por siempre. Comprime las entrañas. Le ha roto un pedazo de coordinación al ritmo cardiaco de la vida. Cayo en todas a la vez, aunque ventana por ventana. Cada quien habrá de presumir haber tenido su propia serenata. 
El ser humano no ha sido capaz de emular a la naturaleza: no existe equipo, instrumento de destrucción, laboratorio o fórmula química inventada que pueda emitir el mismo sonido perfecto, con la pulcritud intensa del trueno de esta madrugada.
Cuando lo decida, así debería acabarse el mundo: de un solo golpe.


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