Igual a siempre (casi)

Por alguna especial razón, seguramente novelística (¿o novelera?), me gustan las explicaciones conspirativas y truculentas de las historias y las historietas. Me refiero a las historietas que derivan de acontecimientos reales que parecen inexplicables. No hay mas que tomar los hechos que suceden a diario y transferirlos a diálogos imposibles. Lo demás es cuento de quien lo lee. La imaginación sobre lo desconocido hará la mejor parte. 

Por eso resulta fascinante que la historieta de Iguala, que va a pasar a la historia, tenga como telon de fondo, detrás de bastidores, el amasiato del Gobernador con una primera dama municipal que es jefa local de un cartel del crimen organizado junto con sus hermanos que lo habilitan. Que la madre de ellos haya sido plagiada por la banda contraria y en cautiverio haya declarado señalamientos acusatorios que involucran a la clase política vinculada con alguna de las mafias. Que la mentada primera dama realice sus incursiones y penetraciones al sistema político y de poder mediante seducciones y golpes de colchón en acuerdo con su marido, el Presidente Municipal venido a más desde sus orígenes de perico perro. Que ambos, ahora prófugos, fueran facilitados desde importantes esferas del poder para esconderse donde, se dice, nadie los encuentra. Que el gobierno federal haya capturado a un jefe de jefes de la banda involucrada, señalada y acusada y que este haya declarado con extraordinaria rapidez, puntualidad y ligereza que si, que en efecto, que son ellos los causantes de tanto desaguisado como aquí se expresa. Qué se les paso la mano... Que solo querían matar, cocinar y achicharrar a 17 muchachos por jugar en el equipo equivocado. Y que de pasadita aclara que no tiene ni idea de en donde están los jóvenes que no aparecen. Que ese gobierno federal, patrocinando confusiones, juegue con los datos y la información de las investigaciones para fastidiarle las esperanzas políticas a sus opositores. Que los alumnos de la Normal Rural hayan sido infiltrados por la banda delincuencial contraria a la de la señora y que, por tanto, los indiciados por malosos se hayan visto obligados a sobornar al Procurador y al jefe de la policía estatales para poder "calentar" la plaza de Iguala la noche de la balacera con el fin de poner quietos a los chamacos rebeldes. Que la policía local y de la comunidad vecina fueran parte de la macabra fiesta. Que todas las policías supieran y nada hicieran. Que el ejército se prestara para el desaliñado. Que el embarradero de estas confesiones sea de efecto múltiple con rebotes y rebases incriminatorios insospechados: partidos políticos y variados colores incluidos. Que ya no haya ni a quien creerle para esperar que, al final, la versión oficial sea fantasiosamente increíble. 

Una bella estampa de la democracia moderna, sus leyes impecables e implacables y las impolutas instituciones.

Una orgia de complicidades y traiciones que sería el deleite de las mentes mas retorcidas para inventarse fábulas y alucinaciones. 


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