Sin freno de mano ni reversa


Este ha sido y seguirá siendo un viaje accidentado hacia el interior. Viene de allá y desde entonces. Hacia la no vida intima. Desde los matorrales sueltos y mojados bajo las plantas de los pies. Atascados por la lluvia. Desde el fango donde el gris plomo cuelga sus cadenas bordeando las laderas de la existencia. Viaje arriando el pasado con bastidores. Cuotas penetrantes arrebatadas al olvido que se chorrean tras las paredes mientras las sombras amenazantes amordazan palabras en los baúles. No las amedrentan: gritan de todas maneras aunque nadie las escuche. Viaje finito limando las yemas de las manecillas oxidadas para detenerlas. Que no dejen de latir. Que dejen huella. Viaje surcando las llamaradas bajo la tempestad, a escondidas del tiempo, para que transcurra sin relojes. Las manecillas no cuentan, testifican. Viaje desde la parte oscura en el rincón que detesta la araña. Viaje a capela. Con los dedos ajados. Con la mirada en trastienda. Viaje con el humeante trago amargo de café en la mesa. 

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